Persecución de los cristianos
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Muchos cristianos han experimentado persecuciones de no cristianos y de otros cristianos durante la historia del cristianismo. La persecución puede referirse a arresto sin garantías, encarcelamiento, golpizas, tortura o ejecución. También puede referirse a la confiscación o destrucción de la propiedad, o a la incitación a odiar a los cristianos.
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[editar] Persecuciones en relatos del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento dice que los primeros cristianos (comenzando por el propio Jesús) sufrieron persecución a manos de los jefes judíos de esa época. También relata el principio de persecuciones por los romanos. El término «los judíos» es usado con frecuencia en una forma indiscriminante que ha sido causa de controversia.
Los primeros cristianos fueron judíos, ya que el cristianismo comenzó como una división del judaísmo. Así, los primeros ejemplos de «persecución judía de cristianos» son verdaderamente ejemplos de «persecución judía por parte de otros judíos», esto es, un conflicto sectario.
Según el Nuevo Testamento, la persecución de los primeros cristianos continuó después de la muerte de Jesús. Pedro y Juan fueron encarcelados por los jefes judíos, incluido el sumo sacerdote Ananías, quien no obstante los liberó más tarde (Hechos 4:1-21). En otro tiempo, todos los apóstoles fueron encarcelados por el sumo sacerdote y otros saduceos, sólo para ser liberados por un ángel (Hechos 5:17-18). Los apóstoles, tras haber escapado, fueron llevados nuevamente ante el Sanedrín, pero esta vez Gamaliel (un rabino fariseo bien conocido de la literatura rabínica) convenció al Sanedrín de liberarlos (Hechos 5:27-40), lo que hizo el sanderinesas
[editar] Lapidación de Esteban
El Nuevo Testamento relata la lapidación de Esteban (Hechos 6:8-7:60) por miembros del Sanedrín. Esteban es recordado en el cristianismo como el primer mártir (derivado de la palabra griega mártÿros que significa ‘testigo’).
[editar] Saulo-Pablo de Tarso
La ejecución de Esteban fue seguida de una gran persecución de cristianos (Hechos 8:1-3), dirigida por un fariseo llamado Saulo de Tarso, enviando a muchos cristianos a prisión. Según el Nuevo Testamento, esta persecución continuó hasta que Saulo se convirtió al cristianismo (y cambió su nombre a Paulo), tras decir que había visto una luz brillante y oído la voz de Jesús en el camino hacia Damasco, donde estaba viajando para encarcelar a más cristianos (Hechos 9:1-22).
Hechos 9:23-25 dice que «los judíos» en Damasco trataron entonces de matar a Pablo. Estaban esperándolo en las puertas del pueblo, pero los evadió al ser bajado sobre el muro de la ciudad en una canasta por otros cristianos y luego escapó hacia Jerusalén. Comprensiblemente, él tenía dificultad al principio convenciendo a los cristianos de Jerusalén que él, su perseguidor, se había convertido y que él mismo estaba siendo perseguido (Hechos 9:26-27). Otro atentado se hizo contra su vida, esta vez por «los grecianos» (KJV), refiríendose a un grupo de judíos helenistas (Hechos 9:29), a quienes él debatió mientras estaban dentro y alrededor de Jerusalén.
[editar] Razón de la persecución
Hay un debate sobre por qué Pablo, antes de su conversión, y otros fariseos perseguían a los cristianos. Según Fredrickson, en From Jesus to Christ, la razón más probable fue que los judíos cristianos estaban predicando el inminente regreso del Rey de los Judíos y el establecimiento de su reino. A oídos romanos, tal conversación era sediciosa. Los romanos dieron a los judíos en ese tiempo un autogobierno limitado; las principales obligaciones de los líderes judíos eran recolectar impuestos para Roma y mantener el orden civil. Así, los líderes judíos tendrían que suprimir cualquier conversación sediciosa. A menudo cuando los líderes judíos no suprimían los conatos sediciosos, eran enviados a Roma para ser juzgados.
[editar] Persecuciones romanas
En otro contexto, durante la segunda mitad del siglo I y todo el siglo II, los cristianos fueron también perseguidos por el Imperio Romano, que consideraba a los cristianos, ya sea como judíos sediciosos (recordando que en el año 70 los judíos armaron una revuelta en Palestina que originó la destrucción de Jerusalén y la deportación de los judíos de su territorio a manos romanas), o como rebeldes políticos.
En este contexto, hay que recordar que se hizo costumbre entre varios emperadores romanos el erigir estatuas propias en las diversas ciudades del imperio, y en autoproclamarse dioses o hijos de dioses (bajo el título de señor de señores) a los que sus súbditos debían de respetar. Un signo ejemplar de esto era la obligación de adorar o cuando menos hincarse ante las estatuas de los emperadores en las ciudades donde se encontraran. Los cristianos, tomando como principio el que Jesús es el único Señor de señores, y el único hijo del Dios verdadero, se negaban a tomar tales actitudes. Los romanos, antes que juzgar sus creencias, verían en estos gestos las actitudes de una rebelión política contra el imperio, lo cual originó algunas persecuciones contra los cristianos en esa época.
Una de las más famosas es la originada por el emperador Nerón, del que cuenta la leyenda fue autor del incendio que acabo con gran parte de la ciudad de Roma, y para excusarse culpó a los cristianos, que por ende fueron fuertemente perseguidos, aunque el pasaje en cuestión aparece únicamente en el autor Suetonio.
Otro emperador que se recuerda por su crueldad con los cristianos fue Domiciano, entre los años 81 y 96, y que fue muy exigente en cuanto a la obligación de la adoración de sus estatuas[cita requerida].
Los martirologios cristianos sostienen que, puesto que el cristianismo era considerado ilegal en el imperio, los cristianos debían ocultarse. Sus reuniones serían entonces secretas y son famosas las catacumbas de la ciudad de Roma, donde se dice que los cristianos se reunían. Para identificarse habrían utilizado símbolos que a ojos romanos no fueran evidentes, como el símbolo del Pez (ichthys en griego).
Sin embargo, de acuerdo a los datos entregados por el historiador Edward Gibbon en la parte VIII del capítulo XVI de su "Decadencia y Caída del Imperio Romano" el cálculo arroja un máximo de 2.000 víctimas cristianas durante la Gran Persecución (303-313 E.C.) y un estimado total de 4.000. Kenneth Humphreys demuestra en un cuadro detallado que las persecuciones llevadas a cabo por el poder romano [1] se produjeron en períodos de tiempo intermitentes y muy restringidos, dando a entender que las persecuciones divulgadas por el martirologio cristiano sólo son un mito.