Deriva continental y clima
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La posición de los continentes resulta un factor determinante en la conformación del clima mundial. La deriva continental es un proceso sumamente lento, por lo que la posición de los continentes fija el comportamiento del clima durante millones de años. Hay dos aspectos a tener en cuenta. Por una parte, las latitudes en las que se concentra la masa continental: si las masas continentales están situadas a nivel de latitudes bajas, habrá pocos glaciares continentales y, en general, temperaturas medias menos extremas. Asimismo, si los continentes se hallan muy fragmentados habrá menos continentalidad. Estos aspectos pueden contribuir de varias formas contradictorias en el clima.
[editar] Distribución actual de los continentes
Actualmente hay un exceso de masa continental poco fragmentada en el hemisferio norte, lo que provoca una mayor continentalidad y la existencia de más glaciares. Esto hace que el albedo del hemisferio norte sea mayor y contribuya a la extremación de los climas en dicho hemisferio: inviernos más crudos y veranos más calurosos. Esto es debido a la continentalidad. La concentración continental en un hemisferio contribuye también a las fluctuaciones o pulsaciones glaciales. Éstas son debidas, como se verá más abajo, a las oscilaciones orbitales que hacen que unas épocas los inviernos en el norte coincidan cerca del afelio de la órbita y otras del perihelio. Contra lo que se pueda pensar no son los inviernos rigurosos sino los veranos suaves los que rigen los ritmos glaciales. Por ello en las grandes glaciaciones del pleistoceno los inviernos del hemisferio norte suelen coincidir cerca del perihelio orbital. Un verano suave no fundiría tanta nieve y traería como consecuencia el que los glaciares avanzasen. Así se genera un efecto en cadena que termina por afectar también al hemisferio sur, en el cual avanzan también los glaciares de montaña¹. Esta historia se ha repetido periódicamente según las oscilaciones orbitales, tal y como explicó Milutin Milankovitch (Ver Variaciones orbitales). La existencia de glaciares continentales permanentes es posible gracias a que hay un continente, la Antártida, que se sitúa sobre el polo sur y a que las masas continentales del norte rodean un pequeño océano boreal al que no permiten que lo alcancen las corrientes cálidas. Existiendo siempre esa reserva de hielo permanente es comprensible que cada cierto tiempo se expandan alcanzando latitudes menores. Así pues, se observa que la configuración actual favorece que dichos fenómenos extremos se den periódicamente.
¹ En el hemisferio sur los únicos glaciares continentales importantes se concentran en la Antártida, totalmente cubierta por el hielo. Los principales glaciares de montaña en el sur se sitúan en los Andes, el Kilimanjaro y Nueva Zelanda. Debido a todo ello para medir el avance o retroceso de los glaciares en el sur se usan como indicadores los de montaña.
[editar] Distribuciones pretéritas
Los continentes no siempre se han encontrado en la posición actual. Otras distribuciones continentales dan patrones climáticos completamente distintos. Durante el período jurásico no había masas de tierra en ninguno de los dos polos. El clima era mucho más caluroso y las corrientes oceánicas podían circular libremente por los polos en los que solo había océano en vez de banquisas. El clima tropical se extendía por todo el globo y los bosques de helechos arborescentes prosperaban en todas partes.
Si los continentes se acumularan muy fragmentados en el ecuador tampoco habría glaciares continentales permanentes pero, sin embargo, sí habría fenómenos glaciales muy importantes provocados por otros factores distintos. Semejante disposición ya se dio en épocas arcaicas. Con el grueso de los continentes sobre el ecuador en un principio parece que la Tierra tuvo un clima tropical, muy lluvioso. Y eso es hasta cierto punto lógico. Pero tal y como se explica en el artículo "Tierra bola de nieve" un aumento en las precipitaciones contribuye a disminuir la concentración de CO2 en la atmósfera, lo que acaba llevando a la Tierra a un enfriamiento global mucho más brutal que en las glaciaciones recientes. Estas etapas sumamente frías potencian el efecto albedo y terminan por congelar la Tierra al completo. Ocurre que al hacer eso, la evaporación disminuye drásticamente por lo que las precipitaciones cesan prácticamente. Esto hace que, poco a poco, las emisiones de CO2 por parte de los volcanes acaben por volver a fundir la Tierra y recuperar la situación anterior. Estas pulsaciones glaciales del proterozoico se siguieron dando varias veces hasta que los continentes cambiaron su distribución.