Fernando de Valenzuela
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Fernando de Valenzuela fue un político y noble español de origen andaluz (Nápoles, 1636 - México 1692), valido de la reina regente Mariana de Austria, viuda de Felipe IV y madre de Carlos II.
[editar] Biografía
Fernando de Valenzuela, marqués de Villasierra, caballero de Santiago en 1671, introductor de embajadores y primer caballerizo del Reino en 1673, Grande de España y gentilhombre con preferencia, además de primer ministro, en 1676 y valido de la reina regente doña Mariana de Austria a partir de 1672.
Nació hijo de un capitán español con destino en Nápoles, ingresó en la casa del duque del Infantado como paje y fue educado en la corte de Felipe III y Felipe IV, al que ayudó en algún que otro lance amoroso. Regresó a Madrid en 1659 y dos años después contrajo matrimonio con Ambrosia de Uceda, una dama de la reina doña Mariana de Austria. Fue por eso que, al morir el rey, se procuró acercar con asiduidad a su viuda para satisfacer sus premeditados intereses políticos, dado que carecía de escrúpulos y, sobre todo, poseía una enorme ambición. Este cortesano se especializó en ir contándole a la regente todos los chismes y secretillos que circulaban por los mentideros de Madrid, lo que le valió el apodo de “el duende de palacio”, porque se enteraba absolutamente de todo. La reina le llamó –finalmente- a convertirse en valido gracias a su gran capacidad de mostrar su conocimiento de todas las intrigas cortesanas. Era, además, hombre de aspecto simpático, chispeante en el habla y con nociones culturales apreciables en música, poesía e incluso equitación.
Procuró ganarse el apoyo del pueblo de Madrid organizando corridas de toros y repartiendo pan barato. Fue nombrado, sucesivamente, caballero de la Orden de Santiago; introductor de embajadores ante Su Majestad; primer caballerizo del Reino. Incluso en verano de 1676, durante una cacería en El Escorial, fue herido accidentalmente por el mismo rey, que para compensarle decidió nombrarlo -in situ- Grande de España (antes ya era marqués de Villasierra por concesión personal de doña Mariana de Austria).
Los rumores acerca de su gran influencia sobre la regente acabaron por apuntar al hecho de que ambos eran amantes, cosa que nunca ha podido ser fehacientemente demostrada (Valenzuela se casó mucho antes). Lo cierto es que el valido siempre tenía las puertas del Real Alcázar de los Austrias completamente abiertas, fuese de día o bien de noche, lo que no dejaba mucho margen para menores suposiciones. Estas sospechas socavaron todavía más la poca popularidad de doña Mariana, que ya con anterioridad había sido el blanco de mordaces críticas por su inestimable apoyo al anterior valido, el jesuita alemán Juan Everardo Nithard, pésimo político e intrigante confesor de la soberana.
Con Fernando de Valenzuela, el Consejo Real volvió a quedar completamente anulado, y las Cortes de Castilla tampoco intervinieron en nada ante las desastrosas gestiones del favorito.
Cabe destacar también la nula capacidad política de doña Mariana, que como extranjera nunca tuvo demasiada idea acerca de los auténticos problemas que padecía la monarquía hispánica. Nithard, extranjero como ella, fue igualmente un total desconocedor de lo que requería el Imperio.
El valimiento de Valenzuela fue tan o más funesto, si cabe, que el de su predecesor Juan Everardo Nithard.
Inventó el valido una serie de nuevos impuestos que querían aliviar en la medida de lo posible la bancarrota de la hacienda real (arrastrada desde el reinado de Felipe IV): empezó por vender beneficios eclesiásticos al mejor postor (suerte de simonía) y luego se apoderó de la renta del tabaco, de muy reciente creación, lo que le produjo pingues beneficios pero originó una enorme impopularidad (el consumo de tabaco se generalizaba en moda tomándolo en forma de rapé o en polvo).
Sólo una amenaza podía acabar con Valenzuela: el hermano natural de Carlos II, don (hijo bastardo de Felipe IV y de la conocida actriz “La Calderona”). El bastardo esperaba ser nombrado curador del enfermizo monarca para expulsar de una vez por todas al odiado primer ministro y a su denostada valedora, y como en diciembre de 1676 parte de la nobleza parecía darle su apoyo, se negó rotundamente a marchar como virrey al Reino de Nápoles (a donde lo querían “desterrar” la reina y su valido).
Lo cierto es que la política exterior española se hundía a peso de plomo; en 1674 se encendió –gracias a las intrigas francesas-la revuelta de Sicilia, y fue imprescindible dejar de hostigar la frontera francesa del perdido Rosellón para trasladar más efectivos a la isla. La paz de Nimega de 1678 señalaría otro paso más en el inexorable declive de España como primera potencia mundial, aunque los franceses fueran rechazados en Sicilia se perdieron importantes ciudades de los Países Bajos y todo el Franco Condado (antigua herencia de la Casa de Borgoña), ocupado todo por el ejército francés de Luis XIV.
La nobleza española, muy descontenta con Valenzuela, llamó en su auxilio al preceptor y al confesor de Carlos II. Fue gracias al consejo de éstos que, el joven rey, el mismo día de su cumpleaños (6 de noviembre de 1655), declaró que asumiría finalmente el poder dando fin a la regencia y, también, exigiéndole cuentas al favorito de su madre.
La presión de Valenzuela sobre la regente no acabó –pese a todo- ahí. Viendo que su poder se le acababa, Mariana de Austria quiso que su hijo firmase un documento –dos días antes de la fecha del cumpleaños- por el que se declaraba incapaz de gobernar y delegaba otra vez en su madre una prolongación de dos años más de la regencia. Sin embargo, por primera vez en su vida, Carlos II rechazó de pleno el papel y se negó a firmarlo.
Harto de las intrigas palaciegas de Valenzuela, Juan José de Austria tomó cartas en el asunto rebelándose en Zaragoza con las tropas de que disponía (las que habían luchado contra los franceses en la frontera de Cataluña), y, dirigiéndose a Madrid, entró en la capital el 23 de enero de 1677, donde la regente le cedió –rendida- el gobierno mientras el valido se refugiaba atemorizado en el real monasterio de El Escorial. Tal vez creía que allí disfrutaría en última instancia de la protección de suelo sagrado, pero don Juan José no se amedrentó lo más mínimo y lo mando sacar a la fuerza del oportuno asilo. Inmediatamente se inició el juicio sumario para determinar sus delitos y castigarlos con una dura sentencia; se le encontró culpable de prevaricación y venda de cargos públicos, además de acusársele de haber robado unos cien millones de reales.
Se realizó el inventario total de sus bienes, y aunque las acusaciones especulaban enormes desfalcos, se le descubrieron tan sólo unos diez millones. No valieron demasiado las alegaciones de inocencia ante la cólera popular, que desde el inicio del juicio demandaba su confiscación de bienes y la pena de muerte. Sin embargo, la jurisdicción eclesiástica pudo invocar en su favor el derecho de asilo que había sido totalmente quebrantado al detenérsele en El Escorial, lo que tan sólo dejó como única opción el irrevocable destierro a Filipinas para unos diez años. Hacia allí se encaminaría al año siguiente.
La esposa de Valenzuela fue también una víctima más de la ira popular, que la trató cruelmente hasta que fue desterrada a Toledo, donde murió loca.
Transcurridos los diez años de condena, Valenzuela quiso volver a España, pero el antes todopoderoso valido fue a dar finalmente a la Nueva España (México), donde vivió modestamente cuidando caballos hasta que murió en 1692 de resultas de una tremenda coz (otras versiones aseguran que fue una caída de caballo) que le propinó uno de los animales. Mientras el rey Carlos II no asumía el poder total, don Juan José de Austria ejerció el gobierno (tres años más) hasta su repentina muerte, el 17 de septiembre de 1679.