Juanita Martínez
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Juanita Martínez fue mitad Juanita Martínez y mitad José "Pepitito" Marrone. Lo nombraba , lo lloraba y lo extrañaba demasiado. "Sin el Coco —el apodo íntimo— no existo... Me falta una pata, me cuesta seguir", confesó varias veces después de la muerte del capocómico, en junio de l990.
Nació en 1925.
Compartió con él 22 años de novios y 18 de casados; prefería que hablaran de ella como La señora de Marrone.
Así vivió, así murió: con un revólver cal. 32 en la mano derecha, y una imagen de su amor en la izquierda. La del lado del corazón. Dos días después de haber cumplido 76 años, con un diagnóstico de cáncer en la mesita de luz y una carta manuscrita, decidió pegarse el tiro del final.
Los que la vieron poco antes de su muerte —el sábado 12 de mayo de 2001, a las 8:10— dijeron que ya no era la de siempre: llevaba días tendida en su cama, dolorida y callada. Poco y nada quedaba de esa pulposa mujer de piernas envidiables, de ojos grandes, nariz grande, sonrisa grande y corazón enorme.
[editar] Historia
Pese a la resistencia familiar, de jovencita incursionó en la revista porteña —donde conoció al amor de su vida, en abril de l950—, después pasó al vodevil y probó suerte en la comedia. Brilló en obras como "Cristóbal Colón en la Facultad de Medicina" y "El hombre de las cinco", en cine (como con "El mago de las finanzas") y en TV (lo último que hizo fue "Cebollitas"). Más allá de su talento y su incomparable reflejo como para retrucar los mejores chistes del mismísimo Pepitito, de su paso por las tablas quedaron en el anecdotario popular las escenas en las que su trasero era el tema recurrente. "Habla, les juro que habla..." decía Marrone con la mirada clavada en lo que él llamaba Scarface, "por lo de cara cortada", aclaraba, para carcajada de ella. Y la secuencia terminaba cuando él le apoyaba una bandeja sobre los glúteos. Juntos contaban que los unió la pasión, el respeto, el amor y las costumbres. Cuando el hombre murió, Juanita siguió poniendo en la mesa un plato, una taza o lo que fuera, como si estuviera vivo. Jamás se olvidó del ritual. Le hablaba a su cajita de cenizas, apoyada en el estante del cuarto devenido en minimuseo marronesco: su primer traje de payaso, sus zapatos de charol para zapateo americano, su última gorrita de béisbol, sus fotos. A un costado, ella ponía semanalmente el billete de lotería con el número preferido del Coco, el 21110.