Batalla de Puebla
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Batalla de Puebla | |
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Parte de: Invasión francesa en México | |
Fecha: 5 de mayo de 1862 | |
Lugar: Puebla, México | |
Resultado: Victoria mexicana | |
Beligerantes | |
República de México | Segundo Imperio Francés |
Comandantes | |
Ignacio Zaragoza | Conde de Lorencez |
Fuerzas en combate | |
4.500 soldados, la mayor parte de ellos veteranos de la Guerra de Reforma, entre 1.000 y 3.000 milicianos y civiles armados | 6.040 soldados, entre Infantería Naval, 99° Regimiento, segundo regimiento de Zuavos y soldados de África y Vicennes. |
Bajas | |
83 muertos, 130 heridos | 476 muertos, más de 345 heridos |
La Batalla de Puebla tuvo lugar el 5 de mayo de 1862 cerca de la ciudad de Puebla (México), durante la invasión francesa de México. Fue una importante victoria mexicana y se conmemora en la fiesta del Cinco de Mayo.
Tabla de contenidos |
[editar] Antecedentes
Debido principalmente a la moratoria de deudas, Francia, Inglaterra y España subscribieron la Convención de Londres, por la cual se comprometieron a intervenir en México para reclamar sus derechos como acreedores. Tras desembarcar en Veracruz, España e Inglaterra aceptaron las explicaciones mexicanas y se retiraron; pero Francia tenía otros planes, que incluían una invasión para imponer a Maximiliano I como emperador de México y contrarrestar el creciente poderío de los Estados Unidos.
Al frente del ejército francés venía el general Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, quien partió de Veracruz en dirección a la ciudad de México, pasando por Tehuacán y avanzado hacia el oeste. Para contrarrestar este avance, el gobierno mexicano encargó el mando del Ejército de Oriente al general Ignacio Zaragoza, hasta entonces Secretario de Guerra y Marina y veterano Húsar de la guerra con los Estados Unidos.
El 16 de abril de 1862, Prim escribía a Zaragoza que, no habiéndose puesto de acuerdo los representantes de los tres países, españoles e ingleses aceptarían los términos que Juárez decretara para con la deuda externa y se retirarían de Tehuacán y Córdoba, bases de las fuerzas aliadas, y se reembarcarían de regreso a casa. También puso en alerta a Zaragoza que los franceses comenzarían una invasión hacia la capital de la República.
Después del fracaso de los Tratados Preliminares de La Soledad y el retiro de las flotas española e inglesa tras la escaramuza entre galos e hispanos en Córdoba, el ejército francés, al mando del General Conde de Lorencez, sale de Orizaba hacia el oeste. Había llegado envuelto en laureles de victoria, colgando de sus blasones los nombres de sus triunfos obtenidos en Jena, Marengo, Argelia y Sebastopol, reflejaba esa actitud la insolencia de Lorencez, al enviar al Mariscal de Francia Lannes, el siguiente mensaje: “Anunciadle a su Majestad Imperial, Napoleón III, que a partir de este momento y al mando de sus ocho mil hombres, soy dueño de México”. Era un sueño absurdo el de Lorencez querer conquistar un país cinco veces más poblado que Francia con una triste Brigada.
A toda prisa, el gobierno federal de Benito Juárez García organiza el Ejército de Oriente, compuesto de cerca de 10 mil hombres, escaso número para el vasto territorio que deben cubrir. El General Ignacio Zaragoza, hasta entonces Secretario de Guerra y Marina y veterano Húsar durante la Guerra con los Estados Unidos, toma el mando del cuerpo, y se dirige hacia los límites entre Veracruz y Puebla, a fin de reconocer el avance del ejército francés, que ya traba combate con las tenaces guerrillas veracruzanas, las que no dejan de acosarle. El 22 de marzo ordena el fusilamiento de Manuel Robles Pezuela, detenido en Tuxtepec junto con algunos jefes conservadores, que logran escapar de las tropas del General Arteaga. Acusado de Alta Traición al buscar alianzas con los invasores, Pezuela se niega a creer que la sentencia será ejecutada, ya que piensa que a Arteaga no le convendría darle un mártir a los conservadores. Sin embargo, palidece y su esperanza desaparece cuando se entera que la orden no es de Arteaga, sino de Zaragoza. Fusilado el General Robles Pezuela en un costado de la Iglesia de San Andrés Chalchicomula, mientras los conservadores reúnen tropas del orden de 1,200 hombres cerca de Atlixco.
Por otro lado, un cuerpo del Ejército de Oriente de 4,000 efectivos, con Zaragoza a la cabeza, sale de la Cañada de Ixtapa para cortarle el paso a los franceses. El 28 de abril, en las Cumbres de Acultzingo tiene su primer encuentro con las fuerzas europeas. Zaragoza no pretende disputarle el paso al contrario, sino más bien foguear a sus soldados, faltos de experiencia, y al mismo tiempo causarle algunas pérdidas al enemigo. Las águilas napoleónicas pierden quinientos hombres, mientras las bajas mexicanas ascienden a medio centenar, entre ellos el bravo General José María Arteaga quien, tras haber batido a una columna francesa y llegado a solo cincuenta pasos de la reserva de Lorencez, ésta hizo fuego sobre la tropa mexicana y Arteaga cae del caballo, herido en la pierna derecha, que más tarde le sería amputada. Cumplida la misión, Zaragoza retorna con sus hombres a Ixtapa. “Pelean bien los franceses” afirma Zaragoza, “Pero los nuestros matan bien”. Sin embargo, aún tiene desconfianza sobre el desempeño real de sus tropas en un combate en campo abierto.
[editar] La batalla
[editar] Orden de batalla
Ejército mexicano | Fuerza expedicionaria francesa |
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El día 2 de mayo, los galos salen de San Agustín del Palmar y llegan a Amozoc. Entre ellos y la capital sólo se encuentra la Ciudad de Puebla de los Ángeles, por donde los franceses esperan pasar entre aplausos y exclamaciones de los opositores de Juárez. Este, sin embargo, ordena que ahí se les presente batalla.
El 3 de mayo Zaragoza arriba a Puebla, dejando a retaguardia de los franceses una Brigada de Caballería, a fin de hostigar al invasor. La mayoría de la población de la clerical Puebla es partidaria a la intervención, y los civiles se encierran en sus casas, mientras los batallones mexicanos desfilan marcialmente entre las desiertas calles de la Angelópolis e ingresan en sus cuarteles. Zaragoza sube a lo alto del cerro de Guadalupe y en un instante tiene ya el plan de batalla que va a seguir para la defensa de la plaza. De inmediato fortifica los reductos que se encuentran en los cerros de Loreto y Guadalupe. La guarnición cuenta tan solo con 6,700 hombres, escasamente armados, y para empeorar las cosas, la mayoría de la población, partidaria a la intervención, se niega a apoyar al ejército mexicano, peligrosamente falto de recursos. Tal es la insolencia de los poblanos que Zaragoza, hombre prudente, exclama desesperado “Qué bueno seria quemar Puebla”. Solo lo detiene el hecho que en "...la ciudad también hay criaturas inocentes”. El 4 de mayo, los exploradores mexicanos vuelven con noticias de que los remanentes conservadores, al mando del General Leonardo Márquez se disponen a socorrer a los franceses. Zaragoza envía una brigada de dos mil hombres al mando del General Tomas O´Horan a Atlixco, con el fin de detener a Márquez, y se dispone a preparar la pelea. Organiza sus fuerzas para la defensa de la plaza con una Batería de Batalla y dos de Montaña, cubriendo Loreto y Guadalupe con 1,200 hombres, formando a los otros 3,500 en cuatro columnas, con una Batería de Campaña, tres Brigadas de Infantería y una de Caballería.
El ala derecha mexicana la cubren las tropas de Oaxaca, junto a los Batallones Patria, Morelos y Guerrero, al mando de Porfirio Díaz.
El sitio de honor, el centro de la línea, lo ocupan Berriózabal y La Madrid, con las tropas del Estado de México y San Luis. La izquierda se apoya en los cerros de Loreto y Guadalupe, con Negrete a la cabeza de la Segunda División de Infantería. La artillería sobrante es colocada en los fortines y reductos dentro de Puebla.
A las diez menos tres cuartos de la mañana del 5 de mayo, los franceses aparecen en el horizonte, cruzando fuego con las tenaces Guerrillas de Caballería que se batían en retirada, cuyos bravos jinetes no se repliegan hasta que la batalla gala está formada y lista para avanzar. El combate se inicia cuarto a las doce del medio día. Se rompe el fuego de cañón y la infantería francesa avanza, al amparo de las baterías francesas, quienes arribaron delante de la infantería. Dejando en su campamento una fuerza respetable, en el cuerpo del 99º de Línea, los franceses esquivan el combate a campo raso y desprenden una pequeña guerrilla por su izquierda, al tiempo que mueven por su derecha una gruesa columna de cuatro o cinco mil hombres entre las Haciendas de Amalucan y Los Álamos, avanzando a lo largo del camino e iniciándose la pelea frente a la Garita de Amozoc.
Zaragoza comprendió de inmediato el plan de Lorencez y dio la contraorden conveniente. Berriózabal, con los hijos de Toluca y el Fijo de Veracruz, avanza a paso veloz entre las rocas y se sitúa entre la hondonada que divide Loreto y Guadalupe; Antonio Álvarez, con los Carabineros de Pachuca, protege la izquierda de los reductos.
La línea de batalla mexicana forma un ángulo que se extiende desde Guadalupe hasta la Plaza de Román, frente a las posiciones enemigas. Sobre el camino que conecta a la ciudad con la Garita de Amozoc se dispone La Madrid, protegiendo con las tropas potosinas dos piezas de artillería. La derecha la cierra Díaz con la División de Oaxaca y los Lanceros de Toluca y Oaxaca. Los franceses continúan su avance, colocando sus baterías frente a Guadalupe y devuelven el fuego mexicano que nace de aquella posición.
Los zuavos ascienden entre Guadalupe y Los Álamos, perdiéndose de la vista de los fusileros mexicanos. De repente, aparecen frente al Fuerte de Guadalupe, el cual rompe fuego de fusil sobre la columna, que para en seco ante las balas mexicanas. En ese instante, Berriózabal da la bienvenida con bayoneta calada a los zuavos, quienes se retiran en buen orden hasta ponerse fuera de tiro.
Un momento fue suficiente para que repusieran su moral y se lanzaran de nueva cuenta en pos de Guadalupe. Los zuavos, apoyados por el Primero y Segundo Regimiento de Infantería de Marina, se abalanzan sobre la línea mexicana, que los recibe a la bayoneta. Negrete, aquel bravo hijo de tierra azteca, recordando el “Yo tengo patria antes que partido” que ha pronunciado el día anterior, al presentarse frente a Zaragoza y rogándole le dé un mando, al ver a los franceses vacilar frente al fuego de los fortines, grita a todo pulmón a los centenares de indígenas Zacapoaxtlas, del 6º de la Guardia Nacional de Puebla: “En el nombre de Dios, ahora nosotros..." Salta del parapeto, carga el valiente cuerpo a paso veloz sobre los galos, volviendo caras los soldados franceses ante los humildes indios poblanos armados de machetes, lanzas, hoces y demás instrumentos de labranza, y trabándose fiero combate a fuego y arma blanca, logran las mexicanas banderas bellos triunfos... La columna francesa es rechazada de Guadalupe y allá en Loreto son contenidas otras columnas asaltantes, mientras las baterías francesas prosiguen su fuego sobre los cerros, muy bien contestado por la artillería mexicana en lo alto de Guadalupe. ¡Los franceses retrocedían otra vez!
En aquel momento, el bravo Coronel Rojo avisa a Álvarez que era tiempo de que la Caballería Mexicana entrara en acción para alcanzar una victoria completa. Cargan sin piedad los Carabineros de Pachuca sobre los restos de la columna, disparando sus carabinas allí donde encuentren enemigos y lanzando terribles mandobles de sable sobre los franceses, quienes se retiran en buen orden a su campo. Pero la fiesta no ha acabado.
A las dos y media de la tarde llega el primer Parte de Guerra (que no mensaje, del cual fue el tercero) a la capital: “Se ha roto el fuego de los dos lados y cae un fuerte aguacero. Zaragoza”. ¡¡Se combatía!! Los capitalinos respiran aliviados. ¡¡Puebla no les había abierto sus puertas!! Pero Zaragoza ya no podría contar con los dos mil hombres que había enviado a Atlixco dos días antes, con los cuales O´Horan batió a los reaccionarios de Márquez, impidiéndoles el pronto auxilio a los franceses; y cómo lamenta el pueblo la explosión ocurrida en la Colecturía de San Andrés Chalchicomula, que privó a Zaragoza de mil trescientos de sus hombres más experimentados.
Lorencez está al borde del infarto al ver rechazada por dos veces a su Infantería de los reductos mexicanos. Se dispone a dar el último asalto, organizando una columna con los Cazadores de Vincennes y el Regimiento de zuavos y dirigiéndola a Guadalupe, mientras pone en marcha una segunda compuesta con los demás cuerpos, excepto el 99º de Línea, reserva; la segunda columna ataca la derecha de la línea de Zaragoza. A esta le salen los Zapadores al mando de La Madrid y se traba un terrible combate a la bayoneta. Una casa situada en la falda del cerro es el objetivo. Los franceses la toman y son desalojados por los Zapadores; la tornan a recobrar y de nuevo son expulsados de ella por las valientes tropas de La Madrid. El Cabo Palomino se mezcla entre los zuavos, se bate cuerpo a cuerpo con el arrogante soldado francés, y se posesiona de su guión como botín de guerra al caer muerto el portaestandarte.
Las nubes se juntaron y Tláloc tomó partido por la causa de sus hijos mortales, soltando un fuerte aguacero sobre el campo lleno de cadáveres, al tiempo que Zaragoza mandaba el parte telegráfico a la Presidencia en Ciudad de México. Zaragoza estaba ansioso. Manda a Paso Veloz al Batallón Reforma en auxilio de los cerros donde Zuavos y Cazadores disputaban la victoria. En Loreto había un cañón de a 68 que causaba enormes estragos en la filas francesas. Los zuavos hacen un empuje desesperado y se abalanzan sobre la pieza. El artillero, sorprendido por la rapidez de la columna gala, tiene en sus manos la bala de cañón que no alcanzó a colocar en la boca de fuego. Aparece frente a él un zuavo, y tras éste, el resto del cuerpo que, una vez apoderados de ese fortín, levantarían la moral francesa y se perdería en un instante la victoria conseguida con tanta sangre mexicana. El artillero, sin decir Agua va, arrojó la pesada bala al soldado francés, que herido mortalmente por tamaño golpe en la cabeza, rodó al foso del parapeto. La vista de su compañero cayendo sin vida desmoralizó al resto de los zuavos, que retrocedieron, perseguidos sin cuartel por el Reforma. Lorencez creyó que era todo, pero aún hay más. Cuando la segunda columna llega a Guadalupe, protegidas por una formidable línea de tiradores, Díaz acude en auxilio de los Rifleros de San Luis, que estaban a punto de ser rodeadas por el contrario. Movió en columna al Batallón Guerrero, a las órdenes de Jiménez, ganándole el terreno a los franceses, trabándose un glorioso combate cuerpo a cuerpo y retrocediendo los asaltantes. En apoyo del Guerrero, que se dejó ir demasiado lejos en persecución, Díaz envió a las tropas de Oaxaca, con los Coroneles Espinoza y Loaeza a la cabeza, dando un impulso formidable a los mexicanos, que expulsaron al enemigo de las cercanías. El éxito alentó a Porfirio, destacó al Morelos con dos piezas de artillería a la izquierda, mientras por la derecha los Rifleros de San Luis se reponían de la escaramuza, antecedidos por una formidable Carga de Lanceros, dirigida por el mismísimo Díaz, que desbarata las filas del enemigo; Díaz quedó dueño del campo y necesitó repetidas órdenes de Zaragoza para regresar a sus posiciones. En aquéllos momentos las columnas de Lorencez bajan de Guadalupe en completa dispersión, rechazadas en su última intentona y se repliegan a la Hacienda de San José. Lorencez no puede contener el llanto de la derrota, y decide retirarse hacia Amozoc. El cielo, ya bañado por el Sol Tonatiuh, tras la invaluable ayuda de su hermano Tláloc para con el ejército nacional, inundaba los reductos que no cabían de alegría al ver replegarse a los franceses. ¡Era la locura! Las campanas de la ciudad replicaba al vuelo, el pueblo republicano y las milicias acudían a festejar al teatro del combate, mientras los músicos militares y las bandas de guerra saludaban al ángel de la victoria con su 3 de Diana. Zaragoza, que había permanecido en la Iglesia de Los Remedios, desde donde ha dirigido sabiamente a sus tropas a la victoria, desfiló delante de sus heroicos soldados, causando con su presencia tremenda sensación entre los defensores, bañados en lágrimas al festejar la histórica victoria.
¡¡El pabellón francés, acribillado por Wellington en Waterloo, se había levantado sobre aquella arena ensangrentada y recorrido victoriosamente los campos de Europa. Atravesó los mares del Septentrión para dejar en los altares del Águila Azteca las hojas arrancadas a sus laureles en la más negra de sus derrotas. Al enlutar las Águilas Imperiales el 5 de mayo, aniversario de la muerte de Bonaparte, la ráfaga de la Historia les enviará otro nombre sobre ese monumento que se alza sombrío en el Cuartel de Los Inválidos a orillas del Sena: ¡Zaragoza!... La Bandera Francesa solo se ha retirado en dos ocasiones de un campo de batalla: al retraerse las columnas de Napoleón Bonaparte en el crudo invierno ruso, y en México, tras la gloriosa jornada del 5 de Mayo!!
[editar] Consecuencias
En Palacio Nacional de Ciudad de México, Juárez y el resto del pueblo pasaban por un trance terrible. No tenían noticias de Puebla y el Gobierno había hecho salir precipitadamente al General Antillón al mando de los Cuerpos de Guanajuato, quedando como guardianes de la Capital sólo dos mil hombres del Regimiento de Coraceros Capitalinos y algunos centenares de milicianos pobremente armados. Si las tropas guanajuatenses se perdían, la Capital caería sin remedio; en aquel acto solemne se jugaba el porvenir de la Patria mexicana. A las 5 y 49 minutos de la tarde volvió a escucharse el sonido del telégrafo de Palacio, atiborrado de gente de todas las clases sociales, y como el empleado que ha transcrito el parte sale corriendo hacia el Ministerio de la Guerra, el pueblo lo sigue a toda prisa. Guardias Presidenciales evitan que la muchedumbre entre al Ministerio, donde Juárez se encuentra en reunión con el gabinete, y la gente ingresa a la Alta Cámara, observando que hasta los Diputados se muerden las uñas de desesperación. Ya se comienza a albergar la terrible sospecha que las tropas mexicanas hubieran sido vencidas por los gachupines franceses y éstos marchen ya hacia la Capital.
Repentinamente, el General Blanco, Ministro de la Guerra, aparece en la tribuna para dar parte de lo acontecido. Toda la gente parecía tener un mismo pulmón, desde el diputado hasta el joven arriero, de pie al fondo de la Cámara.
“Señores, dice el General Blanco, voy a dar lectura a los dos partes que ha recibido el Supremo Gobierno y que el Ciudadano Presidente juzgó oportuno dar a conocer al Pueblo y a la Cámara en una sola sesión”
La ansiedad llegaba a la agonía. Los ojos de aquella muchedumbre parecían salir de sus órbitas. Blanco dio principio al primer mensaje:
“Puebla, Mayo 5 de 1862. –Recibido en Ciudad de México a las cuatro y quince minutos de la tarde- General Ministro de la Guerra – Sobre el Campo a las dos y media – Dos horas y media nos hemos batido – El enemigo ha arrojado multitud de granadas – Las columnas sobre el cerro de Loreto y Guadalupe han sido rechazadas, seguramente atacó con cuatro mil hombres – Todo su impulso fue sobre el cerro – En este momento se retiran las columnas y nuestras fuerzas avanzan sobre ellas. – I. Zaragoza”
Un rumor de duda y sobresalto vagó algunos instantes sobre la Cámara. Blanco continuó:
“Puebla, Mayo 5 de 1862. – Puebla a las cinco y cuarenta y nueve minutos de la tarde - General Ministro de la Guerra - Las Armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria; el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse del la plaza, que atacó por el oriente de izquierda y derecha durante tres horas; fue rechazado tres veces en completa dispersión y en estos momentos está formando su batalla fuerte de cuatro mil y pico de hombres, frente al cerro de Guadalupe, fuera de tiro. No lo bato como desearía, porque el Gobierno sabe que para ello no tengo fuerza bastante. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 y 700 entre muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros. Sírvase dar cuenta de este parte al Ciudadano Presidente de la República. Libertad y Reforma. Cuartel General en el Campo de Batalla General Ignacio Zaragoza.”
Si el anterior mensaje dejó la duda flotando en el aire, éste hizo explotar a la nación de alegría. A excepción de algunos conservadores que lloraron como nunca la derrota en los campos poblanos, la Cámara de Diputados se convirtió en una sucursal del manicomio. Juárez, sus ministros, los diputados y el pueblo común festejaron juntos aquella victoria sobre el invasor. Los vencedores fueron saludados por salvas y 3 de Diana en toda Ciudad de México. La noticia se generalizó como reguero de pólvora. En todos lados se festejaba la hombrada hecha por el Ejército de Oriente. En todos lados, menos en Puebla, que fue recibida como un hecho luctuoso.
Al finalizar la batalla, los franceses contabilizaban 476 muertos y 512 heridos. El Ejército de Oriente perdió 83 hombres, cerca de 250 heridos y 12 desaparecidos. El día 6, ya con los refuerzos de Guanajuato en los fortines, Zaragoza esperaba un nuevo ataque de Lorencez, pero éste, el 8, formó sus trenes y se retiró para San Agustín del Palmar, siendo saludado por la artillería republicana y la Banda de Guerra de los Carabineros, quienes tocaron Escape.
Además, al interrumpir el camino francés hacia la capital y destruir el aura de invencibilidad de su ejército, dio a Benito Juárez, líder de los republicanos, un tiempo que le permitió reforzar su autoridad y aumentó el apoyo internacional, particularmente entre los liberales europeos y la prensa española, inglesa y francesa.
Militarmente, sin embargo, la posición de Puebla no era sostenible. Tras la llegada de los refuerzos, los franceses sitiaron Puebla y la rindieron el 19 de mayo de 1863, forzando la retirada del gobierno mexicano de su capital.no fue sino hasta 1867 que los franceses derrotados abandonaron el país y el gobierno de Juarez regreso a la Ciudad de Mexico, después de vencer a Maximiliano de Habsburgo y su imperio.
El 5 de septiembre del mismo año, Zaragoza contrajo la fiebre tifoidea, falleciendo el 8 de septiembre. El 16 de septiembre, Juárez publicó el decreto que instituía la fiesta del Cinco de mayo.
batalllla== Véase también ==