Virtudes teologales
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
Las virtudes teologales del Cristianismo son la Fe, la Esperanza y la Caridad; de ellas la más importante es la caridad. Junto a éstas, suelen citarse como complemento las llamadas virtudes cardinales.
Según el Catecismo de la Iglesia católica (párrafos 1812 -1829), "las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen a Dios uno y trino como origen, motivo y objeto. Fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano."
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[editar] Fe
La fe es la virtud por la que los cristianos creen en Dios y en todo lo que ha dicho y revelado "porque Él es la verdad misma". Por ella "el hombre se entrega entera y libremente a Dios" y por ella el creyente cristiano "se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios". La fe viva "actúa por la caridad" (Gál 5,6). El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella, pero, "la fe sin obras está muerta" (St 2,26). Privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente al fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo. Por otra parte, el discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla, ya que el servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: "Por todo aquél que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos" (Mt 10,32-33).
[editar] Esperanza
La esperanza es la virtud teologal por la que los cristianos aspiran al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad suya, apoyándose no en sus fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. Responde al anhelo de felicidad puesto por el Dios cristano en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades humanas y las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad. La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham, colmada en Isaac, de las promesas de Dios y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17,4-8; 22,1-18). "Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones" (Rm 4,18). En toda circunstancia, cada cristiano debe esperar, con la gracia de Dios, "perseverar hasta el fin" (cf Mt 10,22) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que "todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4).
[editar] Caridad
La caridad es la virtud teologal por la cual los cristianos aman a Dios sobre todas las cosas por él mismo (resumen de los tres primeros mandamientos del Antiguo Testamento) y a su prójimo como a ellos mismos por amor de Dios (resumen de los otros siete). Jesús hace de la caridad un mandamiento nuevo (cf Jn 13,34); amando a los suyos "hasta el fin" (Jn 13,1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Por otra parte, amándose unos a otros, los discípulos de Cristo imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9) y también: "Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15,12). La caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: "Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor" (Jn 15,9-10; cf Mt 22,40; Rm 13,8-10). Cristo murió por amor a la humanidad cuando esta era todavía enemiga (cf Rm 5,10) y pide que todos se amen como él hizo incluso con los enemigos (cf Mt 5,44), que todos se hagan prójimos del más lejano (cf Lc 10,27-37), que se ame a los niños (cf Mc 9,37) y a los pobres como a él mismo (cf Mt 25,40.45). Es famosa la descripción del apóstol S. Pablo de la caridad: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa. no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1 Co 13,4-7). "Si no tengo caridad -dice también San Pablo- nada soy...". Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma... "si no tengo caridad, nada me aprovecha" (1 Co 13,1-4). Para los cristianos la caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales: "Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad" (1 Co 13,13). El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad, ya que es "el vínculo de la perfección" (Col 3,14); es la forma de las virtudes y las articula y ordena entre sí como fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica la facultad humana de amar y la eleva a la perfección sobrenatural del amor divino. La caridad exige la práctica del bien y la corrección fraterna, es benevolencia y suscita la reciprocidad, es siempre desinteresada y generosa, es amistad y comunión: "La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos" (S. Agustín, ep. Jo. 10,4). La caridad consiste en amar a Dios por sí mismo (como declaran los tres primeros mandamientos), no por interés, sobre todas las cosas, y al prójimo por Dios como a uno mismo (como declaran los restantes siete mandamientos).
[editar] En la cultura
Las virtudes teologales han influido algunos aspectos de la literatura cristiana. En San Manuel Bueno mártir de Miguel de Unamuno el personaje principal representa la caridad, la narradora Ángela la esperanza y el tonto del pueblo Blasillo (en homenaje a Blas Pascal) la fe pura, la fe del carbonero. También se pueden encontrar referencias a las virtudes teologales en algunos poemas de Soledades, de Antonio Machado, como "Anoche cuando dormía".