Conde-Duque de Olivares
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Don Gaspar de Guzmán y Pimentel (Roma, Italia; 6 de enero de 1587 - Toro, España; 22 de julio de 1645) conde Olivares y duque de Sanlúcar la mayor, conocido como el Conde-Duque de Olivares. Valido del rey Felipe IV.
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[editar] Reseña biográfica
[editar] Primeros años
Nacido en Roma, donde su padre, don Enrique de Guzmán, era embajador de España, vivió en Italia hasta los doce años (pues su padre fue sucesivamente virrey de Sicilia y de Nápoles). Era un segundón de una rama menor de la poderosa casa de Guzmán (cuyo titular era el Duque de Medina-Sidonia), por lo que se le destinó a la carrera eclesiástica. A los catorce años fue enviado a estudiar derecho canónico a la Universidad de Salamanca. Sin embargo, las muertes sucesivas de sus dos hermanos mayores le convirtieron en heredero del título, de forma que tuvo que abandonar los estudios para acompañar a su padre, el conde de Olivares, en la corte de Felipe III (1604) donde éste había sido nombrado miembro del Consejo de Estado y Contador Mayor de Cuentas. Al morir su padre (1607), heredó el mayorazgo de Olivares y concentró sus esfuerzos en cortejar a su prima, doña Inés de Zúñiga y Velasco, con la que se casaría ese año y en la pretensión de obtener el título de grande. Ante el fracaso en esta pretensión, se retiró a Sevilla para administrar sus dominios. Allí pasaría ocho años.
[editar] Ascenso al poder
En 1615 consiguió que el duque de Lerma le nombrase gentilhombre de cámara del príncipe (el futuro Felipe IV), con lo que regresó a la corte. Desde ese cargo intervino en las luchas de poder entre el valido del rey, el duque de Lerma y su hijo, el duque de Uceda, apoyando a este último. A la caída de aquel, en 1618, Olivares se encontró formando parte de la facción ganadora. Desde ese papel, emprendió la creación de un polo de poder alternativo, apoyándose en su tío Baltasar de Zúñiga, que había sido llamado a la corte en 1617 por el duque de Uceda, a sugerencia de Olivares. Éste, hombre inteligente y de gran influencia, supo hacerse con el favor del futuro Felipe IV, de forma que cuando accedió al trono en 1621 le nombró primer ministro en lugar del duque de Uceda. La facción de Olivares ha salido triunfante. El 10 de abril de ese año, el rey concede a Olivares, utilizando la fórmula convencional (Conde de Olivares, cubríos), el título de grande de España. Finalmente, a la muerte de su tío en 1622, se hizo cargo del gobierno como valido.
Sus cargos formales en la corte fueron, desde 1622, sumiller de corps y caballerizo mayor con los que se garantizaba el acceso constante a la persona del rey, tanto dentro de Palacio como cuando salía de caza, e incluso con la obligación de dormir en sus aposentos. Desde 1636 también fue camarero mayor. Aparte de otras dignidades y oficios, llegó a ser Comendador Mayor de la orden de Alcántara, Alcaide del Alcázar de Sevilla, Gran Canciller de Indias, General de la caballería española, Tesorero general de la Corona de Aragón y Teniente General. Tuvo asiento en las Cortes de Castilla.
[editar] Obra como ministro
Una vez dueño de la situación, inició una actividad trepidante. En el interior trató de llevar a cabo un amplio programa de reformas, mientras que en el exterior tuvo que hacer frente a una serie de compromisos bélicos ocasionados por la reanudación de la guerra con Holanda, el apoyo a los Habsburgo austriacos y la enemistad de Francia, dirigida por el cardenal Richelieu.
Entren las reformas internas una campaña contra la venalidad y corrupción del anterior reinado eliminando de la corte a los miembros de las facciones de Lerma y Uceda, condenando con castigos ejemplares los abusos del reinado anterior (al tiempo que, para afianzar su poder, situaba en puestos clave a sus propios parientes, amigos y clientes, al tiempo que acumulaba para su casa títulos, rentas y propiedades) y la sustitución del sistema de gobierno tradicional de los Consejos por una serie de juntas, que abarcaban diversos ramos de la Administración pública (Armada, Sal y Minas, Obras y Bosques, Limpieza y Población), o bien cumplían otras funciones como la Junta de Reformación, que velaba por la moralidad de la Corte, o la Junta de Ejecución, que era un organismo ejecutivo para la adopción rápida de decisiones. También trató de implantar una serie de medidas económicas de corte mercantilista, como incentivos a las manufacturas de lana y seda, fomento del comercio, medidas proteccionistas..., que sin embargo no llegaron a cuajar ante la falta de vigor y constancia.
Sin embargo, los proyectos más ambiciosos se referían a la Hacienda y consistieron en la supresión del impuesto de los millones, la creación de unos erarios estatales para la financiación de las obras públicas y el fin de las acuñaciones masivas de vellón del reinado anterior, a fin de contener la inflación. No obstante, todas las reformas se estrellaron siempre con el hecho fundamental de la ruina de la economía de los reinos de la monarquía y la pérdida de crédito internacional.
El conde-duque también se preocupó del problema fundamental de la monarquía, consistente en la diversidad de prerrogativas reales en cada uno de los reinos de la monarquía. El programa político de Olivares está contenido en el Gran Memorial que presentó al rey en 1624 y en el que se sugiere una solución diametralmente opuesta a las que habían ensayado anteriores soberanos, introduciendo la uniformidad legal en los diversos reinos. Para ello, proponía un plan de reformas encaminadas a reforzar el poder real y la unidad de los territorios que dominaba, con vistas a un mejor aprovechamiento de los recursos al servicio de la política exterior. En su opinión, la eficacia de la maquinaria bélica de la monarquía, sostén de su hegemonía en Europa, dependía de la capacidad para movilizar los recursos de sus reinos, lo cual requería una administración más ejecutiva y centralizada. Esto es lo que se llamó la Unión de Armas, proyecto para incrementar el compromiso de todos los reinos de España (tal expresión era utilizada en el documento) para compartir con Castilla las cargas humanas y financieras del esfuerzo bélico. De esta forma, se preveía la creación de una reserva común de 140.000 hombres, aportados proporcionalmente a su población por todos los reinos de la monarquía. Esta medida fue interpretada por los reinos de la Corona de Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca) como un peldaño más en su sumisión a la monarquía.
En el exterior, aunque Olivares deja a un lado las campañas imperialista y agresivas, se concentra en la defensa de los bienes heredados del siglo anterior. Los Países Bajos y Alemania son los escenarios donde se lleva a cabo esta lucha por la supervivencia. La lucha ya había comenzado en Alemania en 1618, con el desencadenamiento de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Los Habsburgo españoles no se involucran directamente, sino que envían dinero y hombres a sus parientes austriacos. Estas tropas colaboran en el aplastamiento de la rebelión bohemia, al tiempo que se invade el Bajo Palatinado. La rebelión de los católicos de la Valtelina contra sus señores protestantes de la Liga Grisona permitía estacionar tropas españolas en el valle y proteger el camino español entre Génova y los Países Bajos (operación refrendada por el tratado de Monzón en 1626). Con respecto a Holanda, se reanudan las hostilidades con las Provincias Unidas al no prorrogarse la Tregua de los Doce Años (considerada ruinosa por la corte hispánica). En un principio se consiguieron algunas victorias, como Fleurus (1622) o la rendición de Breda (1625).
Sin embargo, sin nuevos recursos financieros, las guerras provocaron un endeudamiento creciente, hasta llegar a la bancarrota de 1627. Desde entonces, las derrotas militares se sucedieron, abriendo el camino para la decadencia del poderío español en Europa. La monarquía había perdido las buenas relaciones con la Inglaterra de los Estuardo al fracasar las negociaciones para casar a la infanta María con el príncipe de Gales. En Flandes se perdieron Bolduque (1629), Maastricht (1632) y Breda (1637), en tanto que la flota española era derrotada por la holandesa en las Dunas (1639). En Italia, la segunda guerra de sucesión de Mantua se había resuelto con la anexión de Monferrato por Francia (tratado de Cherasco, 1631), al tiempo que se perdía definitivamente la Valtelina (1639). En el Imperio, la resonante victoria española de Nördlingen (1634), en la que el cardenal-infante don Fernando arrolla el ejército de Gustavo Adolfo de Suecia dio paso a la irrupción de Francia en la guerra, que entraba así en su fase decisiva.
[editar] Final
Olivares protagonizó en el periodo 1627-1635 un último intento de imponer sus reformas por la vía autoritaria. La política unificadora seguía siendo, a los ojos del conde-duque, la única posibilidad de salvación para la monarquía, pues era preciso que los demás reinos contribuyesen a las cargas militares que Castilla sola ya no podía sostener. Sin embargo, las resistencias fueron aún mayores y, unidas a las derrotas militares, minaron el prestigio del valido. Tras un primer sobresalto con el motín de la Sal de Vizcaya (1630-1631), el descontento en el interior de los reinos peninsulares estalló por fin en 1640. La ocupación francesa de Salses, en el Rosellón, con lo que la guerra llegaba a Cataluña, fue el pretexto hallado por Olivares para imponer la Unión de Armas. Sin embargo, el sistema de reclutamiento fue declarado contrario a las constituciones catalanas por la Diputación catalana, y los disturbios surgidos a raíz de la obligación de alojar las tropas terminaron creando un clima de tensión que desembocó en el trágico Corpus de Sangre (junio de 1640) y la secesión catalana, que no sería sofocada hasta 1652. Del mismo modo, meses más tarde, y por razones similares, se produjo la insurrección de Portugal en diciembre de 1640 (que conduciría a la disolución de la Unión Ibérica y su independencia). A las derrotas castellanas en Montjuich (junio de 1641) y Lérida (octubre de 1642) se une la conspiración del duque de Medina Sidonia y del marqués de Ayamonte en Andalucía (verano de 1641), con lo que el conde-duque pierde finalmente todo su crédito político y es desterrado en 1643. Primero se retira a su señorío de Loeches, en las inmediaciones de Madrid. Incluso entonces, los detractores del antiguo valido siguieron formulando acusaciones contra él hasta que consiguieron que el rey le desterrara más lejos, a la villa de Toro (1643), y que fuera procesado por la Inquisición (1644). Allí murió en 1645 y está sepultado en un convento fundado por él en Loeches.
[editar] Valoración
La noticia de la muerte del conde-duque fue recibida con un sentimiento de alivio y liberación por la mayoría de sus compatriotas. El autoritarismo del conde-duque no había sido bien recibido por los súbditos de la monarquía, incluso si tal autoritarismo era la consecuencia de la convicción de que la supervivencia de la monarquía requería la movilización para la guerra de todos los recursos humanos y tributarios disponibles. La caída de Olivares no supuso, sin embargo, ningún cataclismo. Felipe IV había gobernado veintidós años con el conde-duque y gobernaría otros tantos sin él. No obstante, la caída de Olivares hizo salir definitivamente a la luz dos hechos que ningún soberano de la casa de Habsburgo podría cambiar. Por un lado, la hegemonía mundial de la monarquía hispánica estaba a punto de pasar a Francia. Por otro, la corona había visto fracasar sus esfuerzos por reformar el ordenamiento administrativo, constitucional y económico, en su legítima pretensión de encarar favorablemente los cambios que estaba experimentando Europa. Sus esfuerzos resultaron aún más baldíos por cuanto la sociedad española, al igual que sus coetáneas europeas, eran instintivamente reticentes a todo cuanto significase "novedad".
Hasta el advenimiento de una nueva dinastía, ningún ministro se atrevería a impulsar unas reformas tan radicales como las propugnadas por Olivares. Debido a su fracaso, el conde-duque había desacreditado muchos de los aspectos de la política con la que se le asoció. Sin embargo, la medida de lo adecuado o no de sus acciones reformistas es que todas ellas, desde sus planes de repoblación, hasta los de reforma fiscal, reaparecieron de una forma u otra durante el gran movimiento reformista del siglo XVIII.
[editar] Filmografía
- Javier Cámara interpreta al Conde Duque en la película Alatriste dirigida por Agustín Díaz Yanes.
[editar] Bibliografía
- El conde-duque de Olivares, de J.H. Elliot. ISBN 84-397-0248-5
- El Conde-Duque de Olivares. La pasión de mandar. Gregorio Marañón, (1936), reeditado por Espasa, Madrid, 2006. ISBN: 84-670-2285-X