Epístola
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Una epístola es una escritura dirigida o enviada a una persona o un grupo de personas que habitualmente toma la forma de carta; tras el Humanismo del Renacimiento la epístola se transformó en un texto casi ensayístico dignificado por un estilo exigente y formal, muy a menudo provisto de intención didáctica o moral, pero otras veces consagrado a una mera función distractiva.
Las cartas de Apóstoles a Cristianos en el Nuevo Testamento son a menudo denominadas epístolas. Por otra parte, se entiende también como epístola una composición poética en la que el autor se dirige a un receptor bien determinado, real o imaginario, que se considera ausente; la forma métrica habitual de este tipo de poemas es el terceto encadenado o el verso blanco. En el contexto de una liturgia, "la epístola" puede referirse más expresamente a un paso particular de una epístola del Nuevo Testamento que es programada para ser leído durante un cierto día o en una cierta ocasión.
Las cartas o epístolas suelen reunirse en colecciones llamadas epistolarios; estos pueden ser de distintos tipos, según agrupen las cartas por autores, coorresponsales, temas o fechas; los epistolarios más completos deben recoger también las epístolas que escriben los corresponsales, personajes que son habitualmente excluidos a causa de no ser tan famosos como el autor a quien están consagradas estas colecciones, aunque también porque es muy difícil que se conserve este tipo de literatura efímera; también puede utilizarse la epístola como mecanismo narrativo que enfoca un determinado punto de vista y escribirse novelas en forma de cartas/epístolas, las llamadas novelas epistolares, como por ejemplo Proceso de cartas de amores de Juan de Segura, Pamela, o La virtud recompensada de Samuel Richardson, Las amistades peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos o la primera parte de Pepita Jiménez de Juan Valera.
El Humanismo del Renacimiento prodigó las epístolas en prosa y en verso, en línea con el afán comunicativo y abierto que tenía el género y era afín a los ideales de esta estética, y no siempre tenían por qué tener un destinatario, éste podía ser muchas veces ficticio o un mero pretexto para el desahogo personal. Petrarca, aislado en los siglos oscuros, escribió cartas a escritores paganos y cristianos ya fallecidos para sentirse menos solo: a Cicerón y a San Agustín, otro ciceroniano, por ejemplo; Erasmo compuso asimismo cientos de epístolas; los humanistas españoles Hernando del Pulgar (con sus Letras) y fray Antonio de Guevara, con sus Epístolas familiares, contribuyeron también al género, que permitía libertades próximas al Ensayo; tal forma toman también ya en el siglo XVII las Cartas filológicas de Francisco Cascales. En el siglo XVIII fue un género muy cultivado; destan en especial las humorísticas (y un poco escabrosas y escatológicas) Cartas de Juan del Encina de José Francisco de Isla, o el Epistolario de Leandro Fernández de Moratín. En el siglo XIX el maestro indiscutible del género es Juan Valera, y Rafael Díez de la Cortina hizo una famosa gran colección, Modelos para cartas (1899) que ya iba por la vigésimo sexta impresión en 1908.