No-amor
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El no-amor es un conjunto de diversos sentimientos que provoca un enorme desasosiego en quienes lo experimentan. Si bien es equiparable con otros estados anímicos, tales como la desesperanza o la melancolía, el no-amor encarna la concentración de éstas y otras emociones en una sola, más delicada y profunda.
No se trata de un sentimiento irracional: muy por el contrario, el no-amor se manifiesta en forma consciente, tanto en hombres como en mujeres. Puede presentarse mientras el individuo está solo o bien cuando se encuentra rodeado de gente, ya que esto último no indica necesariamente que esos seres se tengan afecto mutuo, o empatía siquiera.
El estado de no-amor es por lo general aleatorio. Aparece de forma intermitente, dependiendo de varios factores como ser la etapa que esté atravesando la persona, su circunstancia, su medioambiente y la forma en la que interactúa con él, etc. Se manifiesta, al igual que el amor, hacia diversos destinatarios (no-amor entre familiares, no-amor para con los amigos, no-amor romántico, no-amor sexual, no-amor al prójimo, no-amor a Dios, no-amor propio).
No debe confundirse el no-amor con el odio. El no-amor nace de una enorme frustración, pero el vacío que genera es intrínseco, profundo, silente y manso. El odio es con frecuencia el preludio de la violencia, mientras que el no-amor se expresa de forma habitualmente pacífica.
[editar] Distintas interpretaciones
Son muchos los artistas que han interpretado y plasmado en sus obras el no-amor. Los músicos argentinos Charly García y Pedro Aznar lo evocan en Tu amor, una de las más bellas composiciones de su disco en colaboración, Tango 4:
Yo tuve el fin y era más, yo tuve el más y era el fin, yo tuve el mundo a mis pies y no era nada sin ti. Crucé la línea final por tu amor, tan fuerte como el no-amor. Tu amor, parábola de un mundo mejor. Tu amor me enseña a vivir, tu amor me enseña a sentir, tu amor.
En El libro del no-amor, el escritor argentino Hugo Filkenstein lo puntualiza como un tipo de amor y no ya como un sentimiento. Para él, se trata de un amor falso e impostor, amargo, lleno de reveses y desengaños, que llegará eventualmente a purificarse hasta dar paso a la esperanza de un amor que se disfrute y que no cause tanto sufrimiento.
La poeta ecuatoriana Lydia Dávila (1935 - ?), quien escribió su único libro Labios en Llamas a los 19 años de edad, intima con el no-amor a lo largo de los 52 poemas que lo componen. Allí plasma sus más íntimas experiencias, descubre los goces de la pasión, el sexo y el amor romántico, para luego -tras la ruptura con el ser amado- sumergirse en las negras aguas del desencanto y la soledad, de la más absoluta insensibilidad, preparándose para recibir a la muerte. El no-amor es para ella, entonces, un estado posterior al del amor, amargo producto de la decepción en una relación de pareja.
También existe una interpretación teológica del no-amor. Según la escatología cristiana, el no-amor representa la decisión egoísta del hombre de orientarse únicamente hacia su persona y a la satisfacción de sus propios placeres -a costa incluso del daño a otros y hasta de sí mismo- optando así por no amar verdaderamente. Este riesgo latente de optar por el no-amor, teniendo en cuenta que toda elección está permitida gracias al libre albedrío, se considera una forma posible de interpretar el infierno.
El controvertido escritor francés León Bloy (1846 – 1917), ferviente católico, explica su punto de vista respecto del no-amor en una carta a su amigo J. de Laurencie que fue publicada en uno de sus diarios y data de 1915: “El mal peor no es cometer crímenes, sino el no haber cumplido el bien que se pudo realizar. En esto consiste el pecado de omisión, que no es otra cosa que el no-amor, de lo que nadie se acusa”.