Carlos Arniches
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Carlos Arniches (Alicante, 1866 - Madrid, 1943) comediógrafo español, que no hay que confundir con su hijo, el arquitecto del mismo nombre.
Vivia en la plaza de los luceros. Fecundo autor de sainetes y comedias, al que se recuerda sobre todo como pintor de los ambientes populares de Madrid, cuyo chulesco y castizo lenguaje supo recrear de forma inimitable, inspirándose en el género chico o zarzuela y en el teatro por horas del siglo XIX. Desde entonces, los peculiares personajes madrileños de su teatro son interpretados siempre hablando de una forma característica muy redicha y con la sílaba recortada, pese a que la intención del autor era caricaturizar ese madrileñismo de baja estofa que sin embargo tan bien supo destilar. Recogió algunos sus sainetes en Del Madrid castizo y creó un género cómico nuevo que denominó tragedia grotesca', donde expresaba sus inquietudes sociales y regeneracionistas; en palabras del mismo autor, aspiraba "a estimular las condiciones generosas del pueblo y hacerles odiosos los malos instintos, nada más". Destacan especialmente Es mi hombre, sátira del machismo; La señorita de Trevélez, donde se critica a la juventud burguesa, ociosa y desocupada, que ignora los sentimientos de los demás con sus crueles bromas; Don Quintín el Amargao, Casa editorial, El santo de la Isidra, Los aparecidos, El amigo Melquiades, Los Caciques, El pobre Valbuena y otras muchas obras, algunas de ellas en colaboración.
Arniches dominaba la técnica Arniches dominaba la técnica teatral y los recursos cómicos de la acción y sus comedias son ágiles y entretenidas; sabía bien cómo mezclar la tragedia y lo jocoso y cómo sacar partido de cualquier situación dramática, no sólo por su vis cómica y por su magistral uso del lenguaje, aunque se le reprocha que triture la gramática y el vocabulario y su abuso de los ambientes vulgares. Colaboró también como libretista de zarzuelas para los maestros Ruperto Chapí, Federico Chueca y José Serrano y entró en la Real Academia de la Lengua. y los recursos cómicos de la acción y sus comedias son ágiles y entretenidas; sabía bien cómo mezclar la tragedia y lo jocoso y cómo sacar partido de cualquier situación dramática, no sólo por su vis cómica y por su magistral uso del lenguaje, aunque se le reprocha que triture la gramática y el vocabulario y su abuso de los ambientes vulgares. Colaboró también como libretista de zarzuelas para los maestros Ruperto Chapí, Federico Chueca y José Serrano y entró en la Real Academia de la Lengua.
En 1907 publica varios libros, como Águilas de blasón, Aromas de leyenda, Versos en loor de un santo ermitaño y El marqués de Bradomín. Coloquios románticos. Por entregas, en el diario El Mundo, publica Romance de Lobos. En 1908 inicia la publicación de su serie de novelas "La guerra carlista": Los cruzados de la causa, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño. En 1909 escribe "Mi hermana Antonia", que narra la venganza del estudiante Máximo Bretal, enamorado de Antonia y rechazado por su madre. Sus simpatías por el carlismo no fueron sólo literarias: en 1910 se presentó a diputado por el Partido Carlista, pero no obtuvo escaño.
Viaja a Argentina en 1910 con la compañía de teatro de F. García Ortega, en la que figuraba Josefina Blanco, y pronuncia algunas conferencias sobre la literatura española. En la misma gira visitan también Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia. De regreso a España, sigue estrenando obras de teatro: Voces de gesta, en 1912, y La marquesa Rosalinda, en 1913. Su obra El embrujado fue rechazada por el Teatro Español, que dirigía Benito Pérez Galdós.
En 1915 escribe al rey solicitando la rehabilitación de los títulos de marquesado del Valle, vizcondado de Vieixin y señorío del Caramiñal. Sus peticiones no serán atendidas.
Durante la I Guerra Mundial, fue invitado por el gobierno francés a visitar los frentes de guerra. En París se relacionó con autores españoles como Pedro Salinas, Manuel Ciges Aparicio y Corpus Barga. Fruto de su visita al frente fueron los textos Visión estelar de la medianoche, publicado en folletón en El Imparcial entre octubre y diciembre de 1916, y En la luz del día, en el mismo periódico, entre enero y febrero de 1917.
En 1916 es nombrado titular de la cátedra de Estética de las Bellas Artes de la Escuela de San Fernando. Ese mismo año publica La lámpara maravillosa, meditación sobre el hecho literario, muy influido por el ocultimo de autores como Mario Roso de Luna y Elena Blavatsky.