Chaguaya
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Chaguaya es una pequeña ciudad del suroeste de Tarija, 60 km al sur de la ciudad de San Bernardo de Tarija, al sur de Bolivia, próxima a la frontera con las provincias argentinas de Salta y Jujuy, esta población se ubica hacia las coordenadas geográficas: 21° 52′ 21″ S 64° 48′ 38″ O.
[editar] La Virgen de Chaguaya
En Chaguaya se encuentra la estatua de una advocación de María, muy venerada por los chapacos (o tarijeños), así como por los salteños y jujeños; la "fiesta Chaguaya" principal ocurre durante todos los 15 de agosto, y se celebra especialmente con peregrinaciones .
En todos los tiempos del acontecer chapaco, ayer, hoy y siempre, los tarijeños que vive en su tierra o los que emigraron en busca de fuentes de trabajo hacia el sur de la Argentina y también sus descendientes, se reúnen y cumplen todos los años su promesa a la Virgencita de Chaguaya. Una interminable columna de miles de creyentes, entre el quince de agosto y el catorce de septiembre, inician su caminata desde la ciudad, pertrechados sus integrantes con una mochila o un bolso con provisiones, una frazada ojotas o calzados, dispuestos a enfrentar el largo y agotador recorrido de sesenta kilómetros.
La larga estela de devoción y de fe trepa, baja y se pierde entre los vericuetos del valle chapaco cercado de molles, churquis guayabos y sauces, caminando toda la noche para acercar su esperanza y su promesa hasta el santuario que cobija a la pequeña y dulce imagen. La agotadora experiencia física se diluye y se retempla al amanecer o en las horas de la mañana del siguiente día cuando los exhaustos caminantes perciben desde lejos el tañer de las campanas del santuario y al llegar hasta él con el alma enchida de gozo, las fuerzas agotadas y los pies lacerados, para escuchar la misa y hacerse 'pisar' con la Virgen del Valle.
Esa es la promesa de los tarijeños, desprovista de otro interés. Incluso de todos aquellos que por su edad o condición física llegan a Chaguaya utilizando cualquier medio de transporte. Es sólo el espíritu de un pueblo bueno, el fervor católico amasado con el sano ajetreo de sus tradiciones y el condicionamiento humano prendido a una identidad de vida siempre respetada, lo que sigue haciendo posible esta hermosa expresión de fervor desvinculada de todo aderezo vacuo que signa al mundo de hoy