Cine musical
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El cine musical es un género cinematográfico que se caracteriza por películas que contienen interrupciones en su desarrollo para dar un breve receso por medio de un fragmento musical cantado o acompañados de una coreografía.
En los comienzos de este género, el fragmento tenía como objetivo impresionar sin mantener mucha conexión con el desarrollo narrativo. Sin embargo, al alcanzar su madurez, se estiliza el género y los números concatenan la historia.
Ningún otro género cinematográfico –ni siquiera el western- es tan inequívocamente americano como el musical. El concepto del espectáculo que impera en todos los aspectos de la sociedad de EEUU alcanza uno de sus máximos exponentes en el cine y, dentro de él, en las elaboradas coreografías, las melodías inolvidables y –simplemente- las obras maestras que ha dado el musical.
Que los personajes de la pantalla se pusieran a hablar sirvió no sólo para que el cine alcanzara la madurez técnica al tiempo que sacrificaba el star system del cine mudo: sirvió también para alumbrar un género que, hasta entonces -de nuevo la técnica- no existía. En la América de Scott Fitzgerald, la que casi se vendría abajo con el Crack, se estrenó la primera película sonora (parcialmente) de la tecnología para que las melodías de Cole Porter, George Gershwin o Irving Berlin se trasladaran de las plateas elitistas de las grandes ciudades a los salones de cine de cualquier pueblo en mitad de ningún sitio. El Cantor de Jazz fue el bautizo del género, que llegó e hizo explotar el sonoro, y lo hizo para quedarse.
[editar] Los años dorados del musical
La industria saludó el éxito entre el público del género concediendo en 1929 a Melodías de Broadway (Harry Beaumont) el Oscar a la Mejor Película en lo que sería el anticipo de la gran cosecha de musicales de la década de los treinta, cuando el género se convertiría –junto al cine negro- en el favorito del público. Busby Berkeley revolucionó el género al poco de nacer y puede decirse que es el primer padre del musical, al que dotó de un lenguaje cinematográfico que le alejaba del aroma a teatro; ahí están como ejemplo The Go Setter o La calle 42. Mientras tanto, la RKO elevaba al estrellato a la pareja formada por Fred Astaire y Ginger Rogers, en una serie de películas (Sombrero de copa, El desfile del amor) que les hizo un sitio eterno en la historia del cine.
En los cuarenta haría su aparición Gene Kelly (el amo del género: actor, bailarín, coreógrafo, productor y director), y el musical no volvió a ser el mismo. Junto a Stanley Donen, lo llevaron a lo más alto cuando dieron un día de permiso a tres marinos en Un día en Nueva York (1949). Con ellos, los rodajes salieron al exterior y el musical alcanzó la mayoría de edad.*AnAbEl*
En los 50, el género estaba tan instalado en el gusto del público como el drama o el western, y pasa por su mejor época, con nombres que iban desde Elvis Presley (Viva Las Vegas, King Creole) al trío Frank Sinatra - Bing Crosby - Grace Kelly (Alta sociedad) y teniendo como centro de nuevo a Gene Kelly, el chapoteador de Cantando bajo la lluvia, el musical más conocido de la historia del cine. Otro de los grandes que se asomó al musical –y que se labró gran parte de su reconocimiento con él- fue Vincente Minnelli con Un americano en París y Melodías de Broadway (1955). Minnelli era único en la fusión de comedia y musical.
[editar] La decadencia del género
En los sesenta, los gustos del espectador habían cambiado. producciones aún más lujosas, más números musicales, repartos estelares... pero no fue suficiente para que el género entonara el canto del cisne con títulos como West Side Story, My fair lady, Hello Dolly y otras. Durante las tres décadas siguientes, el género languideció, arrinconado por el público y los grandes estudios, que no financiaron más que proyectos puntuales y en los que sólo sobresale un nombre, el de Bob Fosse, el último gran genio del musical. Sus filmes Cabaret y All That Jazz son los mejores exponentes del género en los setenta.
Alan Parker rodó tres entre las décadas de los 80 y 90 –Fame, The Commitments, Evita-, y Lars von Trier sorprendió a todos con Bailar en la oscuridad, pero no ha sido hasta que Hollywood ha vuelto a reconocer el género –ahí están los éxitos conseguidos por Moulin Rouge, Chicago o El Fantasma de la ópera- que los estudios han vuelto a poner sobre la mesa dinero para producir cabriolas y coreografías con las que sentir alas en los pies.