La busca de Averroes
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La busca de Averroes es el título de un cuento del eminente escritor argentino Jorge Luis Borges recopilado en su libro El Aleph (1949)
[editar] Resumen general del cuento y su significado
“La busca de Averrores” es el décimo cuento de los diecisiete que aparecen en “El Aleph”, considerado junto con “Ficciones” el gran imprescindible de la prosa borgiana. En el cuento, Borges nos presenta a un Averroes tratando de comprender la Poética de Aristóteles en base a la traducción de Abu Bishr Matta Ibn Yunus al-Qunna’i, buscando redactar uno de sus famosos comentarios. “La busca de Averroes” es la historia de un estrepitoso fracaso por parte del Comentarista por comprender los conceptos de “comedia” y “tragedia”, al ser el teatro una costumbre ajena a la cultura árabe. ¿Cuánto se parece el Averroes de Borges al verdadero Comentarista? ¿Es este Averroes una ficción como Pierre Menard?
“La busca de Averroes” no es un título gratuito: y es que una busca no solamente es una búsqueda, sino una “selección y recogida de materiales y objetos aprovechables entre escombros u otros desperdicios”. La historia nos situará en la Córdoba medieval, donde el filósofo escribe Tahafut-ul-Tahafut como refutación del libro de Al-Ghazali Tahafut-ul-falasifa, en el que el asceta persa trata de señalar lo absurdo de la razón en el ámbito religioso. Sin embargo, lo que más preocupa al protagonista de la historia es su comentario acerca de la “Poética” de Aristóteles, donde los términos de “tragedia” y “comedia” , que “nadie, en el ámbito del Islam, barruntaba lo que querían decir”. Según la nota a pie de página en el inicio de la traducción de Charles E. Butterworth, Averroes- que como bien dice Borges, trabajaba sobre una traducción, al no dominar el griego- utilizó en su comentario las mismas palabras usadas en la versión árabe de la “Poética”, es decir, “hija’” y “madih”, que Butterworth ha traducido, ciñiéndose a las definiciones de Averroes, como “satire” (sátria) y “eulogy” (panegírico o elogio).
Tras meditar sobre el tema, su atención es distraída por el cantar de unos niños que juegan en la calle, abajo, representando uno de ellos- subido a los hombros de su amigo, que figuraba ser el alminar- el almuédano, y el tercero la congregación de fieles. Poco tarda en terminar el juego, y Averroes ignora que la respuesta se ha manifestado delante suyo: el concepto del teatro, desconocido por el Comentarista, acaba de mostrarse en un inocente juego a partir del cual cobrarían sentido la comedia y la tragedia. Pronto llega la conversación en la casa de Farach, en la cual el anfitrión cita a Ibn Quitaiba asegurando que las rosas de Indostán tienen pétalos en que aparece escrita la palabra del Qurán: Averroes asegura que prefiere admitir un error por parte del docto Ibn Quitaiba antes de que las flores profesen la fe. Borges cita aquí una idea de David Hume, cuya referencia no es gratuita dado el final de la historia, aunque eso se tratará más adelante. Quizá el sentido más averroísta que podemos leer en esta escena es la forma en que el Comentarista niega el absurdo de tan obvias teofanías, quizá como referencia a la eliminación en su pensamiento del concepto de emanación de Avicena, así como la refutación acerca de que el intelecto activo fuera el creador de las formas de la realidad visible. Tras las rosas de Indostán surgen por parte de los presentes diferentes interpretaciones de la realidad del Qurán que prefiero omitir para evitar extenderme, si bien deseo citar la referencia de Borges al comentario de “La República” de Averroes, que también se corresponde con la realidad.
Abulcásam Al Asharí, el viajero presente en el lugar, es mencionado entonces como un difusor de maravillosas anécdotas. En este momento es destacable en el texto una frase: “le exigían maravillas y la maravilla es acaso incomunicable: la luna de Bengala no es igual a la luna del Yemen, pero se deja describir con las mismas voces”. Me atrevería a decir que aparece aquí una referencia al problema de los universales, la discusión entre el nominalismo y el realismo, al que se aluce con el concepto de algo maravilloso. Seguidamente comienza Abulcásam a describir uno de sus viajes, en el que por segunda vez en la historia, y esta vez de una forma más explícita, aparece el teatro, al que Farach se refiere al principio como una locura, y luego se muestra incapaz de comprenderlo, pues no se requiere más que una persona para explicar una historia.
Acabado este apartado, comienza la discusión poética, en que Abdalmálik cita la metáfora del destino como camello ciego de Zuhair Ibn Abi Sulma Rabi’ah, poeta que aparece citado en el párrafo 112 del Comentario, ya no puede maravillar. Esto es contestado por Averroes, que asegura que la del camello ciego es una imagen que puede comprender la gente, y sin embargo es baladí aquella imagen que puede pensar un solo hombre. Esta defensa se puede apreciar claramente en el “Capítulo seis: Las partes del arte del panegírico como concierne la cantidad y los temas que la constituyen”. No solamente hay una crítica a la falta de panegíricos a las virtudes de la poesía árabe, sino también que en sus imaginativas representaciones el poeta debe ceñirse a las cosas comúnmente usadas como comparación (párrafo 63). También en el párrafo 65 cita a Abu al-Tayyib como ejemplo de un poeta más preocupado por los ejemplos retóricos que por la representación poética. Asegura además que la narrativa poética se vuelve excelente y logra su mayor perfección cuando el poeta describe algo que los oyentes pueden ser como su fuera palpable (párrafo 71). También en el “Capítulo siete: elementos del habla, uso de nombres y reproches del poeta” existen menciones a esto: explícitamente se cita el tema cuando dice que “la más excelente exposición con respecto a hacer algo comprensible es la conocida, familiar declaración que no es oscura para nadie. Estas exposiciones están hechas de conocidos, comunes sustantivos y son los llamados “auténticos” (párrafo 89). Sin duda alguna, Borges ha sabido ceñirse a uno de los temas tratados por Averroes.
Pasamos página, y dejamos de lado la discusión poética. Averroes vuelve a casa, y escribe en su comentario “Aristóteles denomina tragedia a los panegíricos y comedias a las sátiras y anatemas. Admirables tragedias y comedias abundan en las páginas del Corán”. Esta frase no aparece literalmente en el comentario medio de la “Poética”, pero dado que según el prefacio de Charles Butterworth existe un tratado breve, cabe preguntarse si en efecto podría Borges haber tomado la frase de ese documento. Lo cierto es que poco importa, lo que es indudable es que existe esta confusión o al menos esta substitución de términos. Las razones pueden ser varias, quizá tal y como apunta Borges es por el desconocimiento de Averroes respecto al teatro, quizá por el error en las traducciones y la misma confusión que surge por Avicena en el comentario de este acerca de la obra aristotélica en el Shifa. Butterworth sugiere que quizá Averroes adaptó los conceptos de tragedia y comedia al panegírico y la sátira por tener como intención principal una crítica a la poesía árabe del medievo.
Tras el fracaso, todo se disipa, todo desaparece. La ley de la causalidad nos lleva a un absurdo, para poder entender la tragedia y la comedia, necesitamos un previo, que es el teatro. Así fracasa la busca de Averroes. Para que Averroes en el cuento sea el verdadero Averroes, es condición sine qua non que lo escriba el propio Averroes. Así fracasa Borges, y cuando Borges deja de percibir la Córdoba medieval, esta desaparece, en el mundo de las ficciones existir es ser percibido, como diría más tarde George Berkeley, empirista estudiado por David Hume (mencionado anteriormente) y que a su vez admiraba a Guillermo de Okham, que acostumbraba a mencionar al Comentarista. Borges dijo, en una entrevista de 1982, “El tema de "La busca de Averroes" es éste: si yo elijo a Averroes como protagonista de un cuento, ese Averroes no es realmente Averroes, soy yo. Por ejemplo, escribo un poema a Heráclito y digo: Heráclito no sabe griego. ¡Claro!, porque Heráclito no es realmente el Heráclito histórico, sino yo jugando a ser Heráclito. Por eso, voy evocando a Averroes y al final, al final del relato, comprendo que ese Averroes es simplemente una proyección mía; entonces hago que se mire en el espejo, se mira en el espejo y él no ve a nadie, porque yo no sé qué cara tenía Averroes, y así el cuento se diluye. Todo esto salió de la lectura de un libro de Renan sobre Averroes.”
En conclusión, Borges jugando a ser Averroes logra con bastante precisión ceñirse a lo que todos imaginamos como Averroes, indudablemente ha cuidado el tratamiento de su personaje, pero de nuevo acaba por admitir que no está sino engañándonos de nuevo: cuando dejo de pensarle, Averroes desaparece. El relato acaba con el autor argentino admitiendo que esa realidad tan aparentemente verosímil creada no es sino un sueño inmaterial, otra de sus magníficas ficciones, y esta es quizá una de las grandes realidades dentro de las ficciones borgianas. No, el hombre de “El Aleph” no es el escritor de los comentarios de Aristóteles, y sin embargo aquel rostro que contempla el primero en el espejo sea posiblemente muy similar al que contemplase, casi mil años atrás, un sabio médico árabe que refutara a Al-Ghazali en Al-Andalus.