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Prostitución en Grecia Antigua

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Cortesana y su cliente, peliké ática de figuras rojas de Polignoto, c.430 adC, Museo Arqueológico Nacional de Atenas
Cortesana y su cliente, peliké ática de figuras rojas de Polignoto, c.430 adC, Museo Arqueológico Nacional de Atenas

La prostitución es una componente de la vida cotidiana de los griegos antiguos desde la época Arcaica. En las ciudades griegas más importantes y en particular los puertos, emplea a una parte no despreciable de la población y representa una actividad económica de primer plano. Está lejos de ser clandestina: las ciudades no la reprueban y los prostíbulos existen a pleno día. En la Atenas antigua, se atribuye incluso al legendario legislador Solón la creación de burdeles estatales a precios moderados. La prostitución concierne innegablemente a los dos sexos: mujeres de todas las edades y hombres jóvenes se prostituyen, para una clientela mayoritariamente masculina.

Tabla de contenidos

[editar] Prostitución femenina

Hetaera y asistente a banquetes, sentados en una banqueta, tierra cocida de Mirina, c.25 adC, museo del Louvre
Hetaera y asistente a banquetes, sentados en una banqueta, tierra cocida de Mirina, c.25 adC, museo del Louvre

El pseudo-Demóstenes (Contra Nera, 122) proclama en el siglo IV adC ante los ciudadanos reunidos en el tribunal: «tenemos las cortesanas para el placer, las concubinas para proporcionarnos cuidados diarios, las esposas para que nos den hijos legítimos y sean las guardianas fieles de nuestro interior.» Si la realidad es sin duda menos caricaturesca, no queda a los griegos más que no sentir escrúpulos morales hacia las prostitutas.

Paralelamente, las leyes reprueban muy severamente las relaciones fuera del matrimonio con una mujer libre — en el caso de un adulterio, el marido engañado tiene derecho de matar al ofensor cogido en flagrante delito — incluso que le viole. La edad media del matrimonio era de 30 años para los hombres; el joven ateniense no tiene otra elección, si quiere tener relaciones heterosexuales, que recurrir a sus esclavas o a las prostitutas.

La existencia de una prostitución femenina con destino a las mujeres está mal atestiguado. El Aristófanes del El Banquete de Platón (191e 2-5) menciona a las hetairístriai, en su célebre mito del amor. Para él, «las mujeres descendientes de las mujeres primitivas no tienen gran gusto por los hombres: ellas prefieren las mujeres; son las que se llaman las hetairístriai». Se supone que se trata de prostitutas que se dirigen a una clientela lésbica. Luciano se extiende sobre esta práctica en su Diálogo de las cortesanas (V) pero es posible que se trate simplemente de una alusión al pasaje de Platón.

[editar] Pornai

Cortesana recibiendo a uno de sus clientes, lecito ático de figuras rojas del pintor de Atenea, c.460-450 adC, Museo Arqueológico Nacional de Atenas
Cortesana recibiendo a uno de sus clientes, lecito ático de figuras rojas del pintor de Atenea, c.460-450 adC, Museo Arqueológico Nacional de Atenas

Estas prostitutas son clasificadas en varias categorías. Abajo de la escala se encuentran las πόρναι, pórnai[1], que como la etimología indica — la palabra viene del griego πέρνημι, pérnêmi, «vendida» — son generalmente esclavas, propiedad del πορνοϐοσκός, pornoboskós o proxeneta, literalmente el «pastor» de las prostitutas, que paga un impuesto sobre el ingreso que ellas generan. El propietario puede ser un ciudadano; para él se trata de una fuente de ingresos como cualquier otra: un orador del siglo IV adC hace figurar a dos entre su fortuna; Teofrasto (Caracteres, VI, 5) cita al proxeneta al lado del posadero y del recaudador de impuestos, en una lista de profesiones ordinarias. El propietario puede ser igualmente un o una meteco.

En época clásica, son esclavas de origen bárbaro; a partir del período helenístico, se añaden los casos de niñas expuestas por su padre ciudadano, consideradas como esclavas hasta prueba en contrario. Trabajan en los prostíbulos, generalmente en los barrios conocidos por esta actividad, tales como el Pireo (puerto de Atenas) o el Cerámico de Atenas. Son frecuentadas por los marinos y los ciudadanos pobres.

A esta categoría pertenecen las mujeres de los burdeles del Estado ateniense. Según Ateneo (XIII, 23) citando al autor cómico Filemón (Adelfas, fgt. 4) y al historiador Nicandro (Historia de Colofón = FGrH 271-272 fgt. 9), es Solón quien «preocupado por calmar los ardores de los jóvenes, (...) tomó la iniciativa de abrir casas de paso y de instalar allí a chicas compradas». Así, uno de los personajes de las Adelfas exclama:

« Tú, Solon, tú que has hecho una ley de utilidad pública, por lo que, primero, se dice, comprendida por ti la necesidad de esta institución democrática y bienhechora, ¡Zeus sé mi testigo! Es importante que diga esto. Nuestra ciudad rebosa de pobres chicos a los que la naturaleza obliga duramente, que se perderían por caminos nefastos: para ellos, has comprado, y después instalado en diversos lugares, a chicas muy bien equipadas y dispuestas. (...) Precio: un óbolo; ¡permíteles hacer! ¡Nada de cursilerías! Las tendrás por tu dinero, como tú quieras y de la manera que tú quieras(...)».

Como subraya el personaje, los prostíbulos solonianos aportan satisfacción sexual accessible a todos[2] e independiente de los ingresos personales. Desde esta misma óptica, Solón habría erigido, gracias al impuesto sobre los prostíbulos, un templo a Afrodita Pandemos, literalmente Afrodita «de todo el pueblo». Incluso si la veracidad histórica de estas anécdotas fuera dudosa, parece, sin embargo, claro que los atenienses consideraban la prostitución como un componente de la democracia.

Tratándose de tarifas, existen numerosas alusiones al precio de un óbolo para las prostitutas menos costosas, sin duda para las prestaciones más simples.

[editar] Prostitutas independientes

Una músico de banquete (cf. la lira) se viste de nuevo bajo los ojos de su cliente, copa ática de figuras rojas de Eufronios, c.490 adC, museo Británico
Una músico de banquete (cf. la lira) se viste de nuevo bajo los ojos de su cliente, copa ática de figuras rojas de Eufronios, c.490 adC, museo Británico

Un nivel por encima se hallan las prostitutas independientes que captan en la calle. Demuestran en directo sus encantos a los clientes potenciales, recurren a artificios publicitarios: así, se han encontrado sandaliass con la suela arreglada, concebidas para dejar la marca, ΑΚΟΛΟΥΘΙ, AKOLOUTHI («sígueme!») en el suelo. Utilizan igualmente maquillaje, aparentemente poco discreto: Eubulos, autor de la Comedia Media, se burla así de las cortesanas «pintarrajeadas de blanco de albayalde y (…) untadas las mejillas de zumo de mora[3]. »

Estas prostitutas son de orígenes diversos: mujeres metecas que no encuentran otro empleo en la ciudad de llegada, viudas pobres, antiguas pornai que han logrado independizarse. En Atenas, deben estar registradas y pagan un impuesto. Algunas consiguen hacer foruna en su oficio. En el siglo I, en Koptos, en el Egipto romano, los impuestos se elevan a 108 dracmas[4].

Sus tarifas son, sin embargo, difíciles de evaluar: parece que varían mucho. En el siglo IV adC, Teopompo indica que las prostitutas de segunda exigen una estátera (cuatro dracmas) y en el siglo I adC, el filósofo epicúreo Filodemo de Gadara (citado en la Antología Palatina, V, 126) menciona un sistema de bono que se eleva a cinco dracmas por doce visitas. En el siglo II, en el Diálogo de las cortesanas de Luciano de Samosata, la prostituta Ampelis considera cinco dracmas por visita, un precio mediocre (8, 3). En el mismo texto, una joven virgen puede pedir una mina, es decir, cien dracmas (7, 3), incluso dos minas. Inversamente, una joven y bella prostituta puede imponer mejores precios que una colega en declive — incluso la iconografía de las cerámicas muestra que existe un mercado específico para las mujeres mayores. Todo depende de si el cliente pretende la exclusividad de la prostituta o no. Existen arreglos intermedios: un grupo de amigos compra la exclusividad, teniendo cada uno derecho a una parte del tiempo.

Se puede, sin duda, situar en esta categoría a las músicos y a las bailarinas que ofician en los banquetes masculinos. Aristóteles en la Constitución de los atenienses (L, 2) menciona entre las atribuciones específicas de diez magistrados (cinco intra muros y cinco para el Pireo), los griego, ἀστυνόμοι, astynómoi, el cargo de velar «que las instrumentistas de flauta, de lira y de cítara no sean alquiladas por más de dos dracmas» por noche. Los servicios sexuales fueron claramente parte del alquiler[5] cuyo precio, a pesar del control practicado por los astynomes, tiende a ser más elevado cuanto más corre el tiempo.

[editar] Hetaeras

Venus Capitolina, copia de la Venus de Cnido, obra de Praxíteles en que la hetaera, Friné, es la modelo, museo del Louvre
Venus Capitolina, copia de la Venus de Cnido, obra de Praxíteles en que la hetaera, Friné, es la modelo, museo del Louvre

Las hetaeras se hallan en la cima de la jerarquía de las prostitutas. Contrariamente a las otras, no se contentan con ofrecer servicios sexuales y sus prestaciones no son puntuales (de manera literal, en griego ἑταίρα, hetaíra significa «compañía»). Comparables en cierta medida a las geishas japonesas, poseen una educación esmerada y son capaces de tomar parte en las conversaciones entre gentes cultivadas. Únicas entre todas las mujeres de Grecia, espartiatas exceptuadas, son independientes y pueden administrar sus bienes.

Aspasia, amante de Pericles, es así la mujer más célebre del siglo V adC. Originaria de Mileto y, por tanto reducida al estatuto de meteco en Atenas, atrae a su casa a Sófocles, Fidias y a Sócrates y sus discípulos. Según Plutarco (Vida de Pericles, XXIV, 2), «domina a los hombres políticos más eminentes e inspira a los filósofos un interés nada despreciable »

Conocemos los nombres de un cierto número de estas hetaeras. En época clásica, está Teódota, compañera de Alcibíades, con quien Sócrates dialoga en las Mémorables (III, 11, 4); o Neera, sujeto de un célebre discurso del pseudo-Demóstenes; Friné, modelo de la Afrodita de Cnido — obra maestra de Praxíteles, donde ella es la amante, pero también compañera del orador Hipérides, que la defenderá en un proceso de impiedad; Leontion, compañera de Epicuro y filósofa ella misma. En época helenística, se puede citar a Pitónique, compañera de Harpalo, tesorero de Alejandro Magno, o Tais, compañera del mismo Alejandro y después de Ptolomeo I.

Algunas de estas hetaeras son muy ricas. Jenofonte describe a Teódota rodeada de esclavas, ricamente vestida y alojada en una casa de gran altura. Algunas se distinguen por sus gastos extravagantes: así Rodopis, cortesana egipcia liberada por el hermano de la poetisa Safo, se distinguiría por hacerse construir una pirámide. Herodoto (II, 134-135) no cree en esta anécdota, pero describe una inscripción muy costosa que ella financió en Delfos. Las tarifas de las cortesanas varían mucho, pero son sustancialmente más elevadas que las de las prostitutas comunes: en la comedia nueva, varían de 20 a 60 minas por un número de días indeterminados. En Los aduladores (v. 128-130), Menandro menciona a una cortesana ganando tres minas por día, es decir, precisa, más que diez pornai reunidas. Si hay que creer a Aulo Gelio (Noches áticas, I, 8), las cortesanas de la época clásica cobraban hasta 10.000 dracmas por una noche.

[editar] Prostitución sagrada

Grecia no conoce la prostitución sagrada de amplitud comparable a la que existe en el Próximo Oriente antiguo. Los únicos casos conocidos conciernen, o bien al mundo griego (en Sicilia, en Chipre, en el reino del Ponto o en Capadocia), o bien a la ciudad de Corinto, cuyo templo de Afrodita aloja una importante tropa servil, al menos después de la época clásica. Así, en 464 adC, un tal Jenofonte, ciudadano de Corinto y vencedor de la carrera a pie y del pentatlón en los Juegos Olímpicos, dedicó a Afrodita, en signo de agradecimiento, cien jóvenes mujeres al templo de la diosa. Conservamos el rastro, gracias a un canto de gala encargado a Píndaro (fgt. 122 Snell), celebrando las «hijas muy acogedoras, sirvientes / de Pito [la persuasión] en la fastuosa Corinto». En época romana, según Estrabón (VIII, 6, 20), el templo tenía más de un millar de esclavas, prostitutas sagradas.

[editar] El caso de Esparta

Única entre todas las ciudades, Esparta es reputada en Grecia por no albergar ninguna pornê. Plutarco (Vida de Licurgo, IX, 6) lo explica por la ausencia de metales preciosos y de verdadera moneda (Esparta utiliza un moneda de hierro que no es reconocida en ningua parte fuera de allí, por lo que ningún proxeneta encontraría interés en instalarse allí). De hecho, no hay huellas de prostitución común en Esparta en la época arcaica o clásica. El único testimonio inquietante es el de un vaso del siglo VI adC[6] mostrando a mujeres tocando el aulos en un banquete de hombres. Sin embargo, parece que no se trataba de una descripción de la realidad espartiata de la época, sino de un simple tema iconográfico. La presencia de un demonio alado, de frutas, de vegetación y de un altar hacen creer que podría tratarse de un banquete ritual en honor de une divinidad ligada a la fertilidad, como Artemisa Ortia o Apolo Jacintio.

Esparta conocía, sin embargo, a las hetaeras en la época clásica. Ateneo evoca a las cortesanas con las que Alcibíades se va de juerga durante su exilio en Esparta (415-414 adC). Jenofonte (Helénicas, III, 8), narrando la conspiración de Cinadon (principios del siglo IV adC), precisa que el principal interesado es apartado de la ciudad bajo el pretexto de detener a «una mujer que pasaba allí por una muy bella mujer, pero a la que se acusaba de corromper a los lacedemonios, viejos y jóvenes, que venían a Aulon.» Se trataba, muy probablemente, de una hetaera.

A partir del siglo III adC, al menos, cuando grandes cantidades de moneda extranjera circulaban en Laconia, Esparta entra totalmente en la norma de las ciudades griegas. En época helenística, Polemón de Ilión describe en sus Ofrendas a Lacedemonia (citadas por Ateneo, XIII, 34a) un retrato de la célebre hetaera Cotina y una vaca de bronce dedicada por ella. Añade que se enseña, aún en su época, a título de curiosidad, la casa de citas que ella tenía cerca del templo de Dioniso.

[editar] Condición de las prostitutas

Vieja prostituta apretando contra ella su jarra de vino, siglo II adC, Gliptoteca de Munich
Vieja prostituta apretando contra ella su jarra de vino, siglo II adC, Gliptoteca de Munich

La condición de las prostitutas es difícil de evaluar. En tanto que mujeres, son ya marginales en la sociedad griega. No conocemos testimonios directos sobre su vida ni descripciones de los burdeles donde trabajaban. Es verosímil, sin embargo, que los prostíbulos de Grecia fueran similares a los de Roma, descritos por escritores o conservados en Pompeya: lugares sombríos, malolientes y estrechos. Uno de los numerosos términos en argot griego para designar a una prostituta es, en griego, χαμαιτυπής, khamaitypếs, literalmente «la que golpea la tierra», indicando con ello que la prestación tenía lugar directamente sobre el suelo.

Algunos autores ponen en escena a prostitutas hablando de ellas mismas: así Luciano en el Diálogo de las cortesanas o Alcifrón en su selección de cartas, pero se trata de obras de ficción. Las prostitutas evocadas son independientes o hetaeras: las fuentes no se extienden mucho sobre las esclavas, salvo para considerarlas como que bienes que hay que hacer fructificar. Muestran claramente, lo que pensaban los hombres griegos de las prostitutas: habiendo de todo, se les reprocha su carácter mercantil. Para un griego, una persona que se prostituye, hombre o mujer, lo hace por pobreza o ánimo de lucro; el apetito sexual no parece un factor barajado. La rapacidad de las prostitutas es un tema de broma corriente en la comedia. Hay que decir que en Atenas, ellas son las únicas mujeres que manejan dinero, lo que excita probablemente el rencor masculino. Otra explicación es que, la carrera de una prostituta independiente es corta e incierta: sus ingresos disminuyen con el paso de los años. Para poder vivir durante su vejez, les conviene amasar el mayor dinero posible mientras aún están a tiempo.

Los tratados de medicina proporcionan una estimación, pero muy parcial e incompleta, sobre su vida cotidiana. Así las prostitutas esclavas, para continuar generando ingresos, deben evitar en lo posible caer encinta. Las técnicas contraceptivas utilizadas por los griegos son mal conocidas, menos que las de los romanos. Sin embargo, en un tratado atribuido a Hipócrates (Del esperma, 13), el autor describe precisamente el caso de una bailarina «que tiene el hábito de ir con hombres»; él le recomienda saltar de talones, para hacer caer el esperma y evitar todo riesgo. Parece igualmente verosímil que las pornai tuvieran el recurso al aborto o al infanticidio por exposición. En el caso de las prostitutas independientes, la situación es menos clara: una joven puede ser educada en el oficio, suceder a su madre y así mantenerla cuando sea mayor.

Las cerámicas proporcionan un testimonio sobre la vida cotidiana de las prostitutas. Su representación, muy frecuente, puede ser reagrupada en cuatro tipos, susceptibles de retocar: escenas de banquete, relaciones sexuales, escenas de tocador y escenas de malos tratos. En las escenas de tocador, es frecuente que la prostituta tenga un cuerpo poco gracioso: pecho caído, michelines, etc. Un kylix muestra incluso a una prostituta a punto de miccionar en un orinal. En las representaciones de actos sexuales, la presencia de prostitutas se reconoce a menudo por la presencia de un monedero, que recuerda el carácter mercantil de la relación. La posición más frecuentemente representada es la del perro o la sodomía; las dos posiciones son a veces difíciles de distinguir. La mujer es doblada a menudo en dos, las manos de plano sobre el suelo. Ahora bien, la sodomía es considerada como envilecedora para un adulto, y parece que la posición del perro (por oposición a la postura del misionero) sea considerada poco gratificante para la mujer[7]. En fin, un cierto número de vasos representan escenas en las que las prostitutas son amenazadas con un palo o con una sandalia, y constreñidas a aceptar relaciones sexuales juzgadas degradantes por los griegos: una felación, una sodomía, incluso los dos al mismo tiempo.

Si las hetaeras son innegablemente las mujeres más libres de Grecia, hace falta comprobar que eran numerosas las que deseaban volverse respetables encontrando un marido o un compañero estable: Neera, cuya carrera es descrita en un discurso judicial, llega así a educar a tres niños antes de ser recuperada por su pasado de hetaera. Incluso, Aspasia es elegida como concubina, incluso esposa, según las fuentes, por Pericles. Ateneo (XIII, 38) remarca que «las putas que se transforman en mujeres honorables son generalmente más fiables que esas damas que se precian de su respetabilidad» y cita a varios grandes hombres griegos, hijos de un ciudadano y de una cortesana: como el estratego Timoteo, hijo de Conón. En cambio, no conocemos ningún ejemplo de ciudadana que se hiciera voluntariamente hetaera.

[editar] Las prostitutas en la literatura

Máscara de cortesana de la Comedia Nueva, numéro 39 de la lista de Julius Pollux, siglo III adC o siglo II adC, museo del Louvre
Máscara de cortesana de la Comedia Nueva, numéro 39 de la lista de Julius Pollux, siglo III adC o siglo II adC, museo del Louvre

En la época de la comedia nueva, las prostitutas se convierten a instancia de los esclavos, en las verdaderas vedettes de las comedias. Se pueden ver varias razones: en la comedia antigua se trataban temas políticos, la comedia nueva, sin embargo, se interesa por temas privados y la vida cotidiana de los atenienses. Como las conveniencias sociales prohíben a una mujer mostrarse al exterior y la escena teatral lo hace, a las únicas mujeres que se exhiben normalmente, las prostitutas, se las representa.

Las intrigas de la comedia nueva recurren abundamente a las prostitutas. «Tanto que habrá un esclavo astuto, un padre duro, una intermediaria deshonesta y una cortesana cariñosa». «Menandro vivirá», clama Ovidio en sus Amores (I, 15, 17-18). La cortesana puede ser la primera chica amada del primer joven: en este caso, libre y virtuosa, ella es reducida a la prostitución tras haber sido abandonada o raptada por los piratas (las Sicionias). Reconocida por sus verdaderos parientes gracias a las cosas dejadas en su cuna, la joven liberada puede ser esposada. Es un personaje secundario muy corriente: sus relaciones con el amigo del primer joven constituyen la segunda intriga amorosa de la obra. Menandro crea igualmente, a contracorriente de la imagen tradicional de la prostituta codiciosa, un personaje de cortesana con gran corazón en El arbitraje, donde permite el desarrollo feliz de la obra.

Inversamente, en los mundos utópicos de los griegos, no hay a menudo sitio para las prostitutas. En La Asamblea de las mujeres (v. 716-719), la heroína, Praxagora, las prohibe formalmente de su ciudad ideal: «las putas, tengo la intención de poner fin a su negocio (...) para reservar a las damas el viril vigor de nuestros jóvenes.» Las prostitutas son consideradas una competencia desleal. En un género diferente, Platón (la República, III, 404d), proscribe a las prostitutas corintias igual que a las pastelerías áticas, acusadas las dos de introducir el lujo y el desenfreno en la ciudad ideal. El cínico Crates, en época helenística, (citado por Diodoro Sículo, II, 55-60) describe una ciudad utópica, a instancias de la de Platón, donde la prostitución está desterrada.

[editar] Prostitución masculina

Grecia posee igualmente una abundancia de πόρνοι , pórnoi prostitutos.[8]. Une parte de ellos se dirige a una clientela femenina: la existencia de gigolós está atestiguada desde la época clásica. Así, en el Plutos (v. 960-1095), Aristófanes pone en escena a una vieja sobre él y a su joven doncel, obligado por la pobreza a mimarla a cambio de dinero contante y sonante, medidas de trigo o vestidos. Sin embargo, la gran mayoría de los prostitutos son para la clientela de hombres adultos.

[editar] Prostitución y pederastia

Escena erótica pederástica, fragmento de une copa ática de figuras negras, 550-525 adC, museo del Louvre
Escena erótica pederástica, fragmento de une copa ática de figuras negras, 550-525 adC, museo del Louvre

Contrariamente a la prostitución femenina, que moviliza a mujeres de todas las edades, la prostitución masculina está básicamente reservada a los adolescentes.

El periodo durante el cual los adolescentes son juzgados deseables se extiende alrededor de la pubertad hasta la llegada de la barba, la vellosidad de los chicos era objeto de pronunciado asco para los griegos. Así, el caso de unos gamberros teniendo por amante a un chico adulto, pero todo depilado.

Igual que su equivalente femenino, la prostitución masculina no es para los griegos un objeto de escándalo. Las casas de citas de chicos esclavos existen no sólo en los «barrios calientes» del Pireo, del Cerámico o del Licabeto, sino por todas partes en la ciudad. Uno de los más célebres de estos jóvenes prostitutos es, sin duda, Fedón de Elis: reducido a la esclavitud cuando la captura de su ciudad, debe trabajar en una casa de citas hasta el momento en que es restacado por Sócrates, quien le hará destacar por sus discípulos. El joven se convierte enseguida en discípulo del filósofo y da su nombre al Fedón de Platón, narrando la muerte de éste[9]. Las ciudades instauran un impuesto igualmente sobre los prositutos. En uno de sus discursos, el Contra Timarco (I, 74), el orador Esquines puede permitirse describir en el tribunal un burdel masculino. El cliente de una casa tal no es reprobado ni por la ley, ni por la opinión pública.

[editar] Prostitución y ciudadanía

El erómeno decente no acepta más que regalos, pero no  dinero. Fondo de un plato ático de figuras rojas, h. 530 - 430 adC, Ashmolean Museum (Oxford)
El erómeno decente no acepta más que regalos, pero no dinero. Fondo de un plato ático de figuras rojas, h. 530 - 430 adC, Ashmolean Museum (Oxford)

Accidentalmente, la existencia de una prostitución masculina a gran escala muestra que los gustos pederásticos no están relegados a una clase social favorecida. Si los ciudadanos menos acomodados no tienen el tiempo ni los medios de practicar los rituales aristocráticos (en el gimnasio, corte amorosa, regalos) [10], cada uno tiene la posibilidad de saciar sus inclinaciones recurriendo a la prostitución. Y a ejemplo de las mujeres, los chicos son protegidos por la ley contra todo ataque físico, y no se conocen ejemplos de relación sexual entre un dueño y su esclavo antes de que lo mencionara Jenofonte[11]. Otro motivo del recurso a los prostituidos es la existencia de tabúes sexuales: así, el hecho de practicar una felación es para los griegos un acto degradante. Por consiguiente, en una relación pederástica, el éraste (amante) no considera pedir este favor a su éromeno (amante), futuro ciudadano: debe dirigirse a un prostituto.

Por consiguiente, aunque es legal, el ejercicio de la prostitución es socialmente vergonzoso. Es normalmente el recurso de los esclavos o, de manera general, de los no-ciudadanos. En Atenas, para un ciudadano, entraña consecuencias políticas importantes, como la atimía en griego ἀτιμία), la pérdida de los derechos cívicos públicos. Así se explica en Contra Timarco: Esquines es atacado por Timarco; para defenderse, Esquines acusa a su acusador de haberse prostituido en su juventud. Por consiguiente, Timarco debería ser privado de sus derechos políticos entre los cuales está el derecho de denunciar a alguien. Consecuentemente, prostituir a un adolescente u ofrecer a un adolescente dinero a cambio de favores sexuales está prohibido severamente, pues eso llega a privar al joven de sus futuros derechos cívicos.

El razonamiento griego es explicitado por Esquines (§ 29), que cita la ley en el artículo δοκιμασία[12]: el ciudadano que se ha prostituido(en griego, πεπορνευμένος, peporneuménos) o se hace entretener (en griego, ἡταιρηκώς, hêtairêkốs) es privado de la palabra pública porque «ha vendido su propio cuerpo para que los otros se sirvan de él según su capricho» (en griego, ἐφ’ ὕϐρει, eph’ hybris) no vacilando en vender los intereses de la comunidad en su conjunto». Las acusaciones de Timeo de Tauromenio (según Polibio, XII, 15, 1) en contra de Agatocles de Siracusa retoman exactemente la misma temática: un prostituto es por definición alguien que abdica de su propia dignidad para satisfacer los deseos del prójimo: un «vulgar prostituto (en griego, κοινὸν πόρνον, koinòn pórnon) a disposición de varios disolutos, un cernícalo[13], que presenta su trasero a quien quiera.»

[editar] Tarifas

Como en el caso de las mujeres, las tarifas de los prostitutos son muy variables. Ateneo (VI, 241) menciona a un chico ofreciendo sus favores por un óbolo; la mediocridad de la suma inclina a la duda. Estratón de Sardes, un autor de epigramas del siglo II, evoca una transacción de cinco dracmas (Antología Palatina, XII, 239). Una carta del pseudo-Esquines (VII, 3) estima en 3.000 dracmas el montante ganado por un tal Melanopos, probablemente a lo largo de toda su carrera.

Esquines en Contra Timarco (§ 29, cf. supra) distingue así entre el prostituto y el chico mantenido. Añade en (§ 51-52) que si Timarco se hubiera contentado con ser su primer protector, su conducta habría sido menos reprensible. Ahora bien, no sólo Timarco ha abandonado a este hombre — que no tenía más medios para mantenerle — por otro, sino que ha coleccionado protectores, probando así, según Esquines, que no es un chico mantenido (hêtairêkôs) sino un vulgar prostituto (peporneumenos).

[editar] Notas

  1. El primer testimonio de la palabra se encuentra en Arquíloco, poeta de principios del siglo VI adC (fgt. 302 W = Lasserre 91).
  2. Un óbolo es la octava parte de un dracma, salario cotidiano al fin del siglo V adC de un obrero de trabajos públicos. A mitad del siglo IV adC, este salario pasa a un dracma y medio.
  3. Citado por Ateneo, XIII, 6.
  4. W. Dittenberger, Orientis Græci inscriptiones selectæ (OGIS), Leipzig, 1903-1905, II, 674.
  5. Véase por ejemplo Las avispas de Aristófanes, v. 1342 y sics..
  6. Conrad M. Stibbe, Lakonische Vasenmaler des sechtsen Jahrhunderts v. Chr., numéro 191 (1972), pl. 58. Cf. Maria Pipili, Laconian Iconography of The Sixth Century BC, Oxford University Committee for Archaeology Monograph, numéro 12, Oxford, 1987.
  7. Cf. Eva C. Keuls, The Reign of the Phallus, ch. 6 « The Athenian Prostitute », p. 174-179.
  8. El primer testimonio de la palabra se halla en los grafitos arcaicos de la isla de Tera (Inscriptiones Græcæ, XII, 3, 536). La segunda se halla en el Pluto de Aristófanes, que data del 390 adC
  9. Diógenes Laercio Vidas de los filósofos más ilustres, II, 31.
  10. El griego ἀρπαγμός harpagmós, rapto ritual cretense, que se considera que duraba dos meses, no es por ejemplo compatible con el ejercicio de un oficio.
  11. en El Banquete, que data de 390 adC En comparación, se sabe que era práctica corriente en la Roma Antigua.
  12. La doquimasia es un examen al cual son sometidos todos los magistrados atenienses antes de entrar en una cargo.
  13. En griego, la palabra para el cernícalo, (griego, τριόρχης, triórkhês, significa literalmente «con tres testículos». El animal es pues un símbolo de lascivia.

[editar] Véase también

[editar] Artículos relacionados

[editar] Bibliografía

  • (en inglés) David M. Halperin, « The Democratic Body; Prostitution and Citizenship in Classical Athens », in One Hundred Years of Homosexuality and Other Essays on Greek Love, Routledge, coll. « The New Ancient World », Londres-New York, 1990.
  • (en inglés) Kenneth J. Dover, Greek Homosexuality, Harvard University Press, Cambridge (Massachusetts), 1989 (1ª edición 1978).
  • (en inglés) Eva C. Keuls, The Reign of the Phallus: Sexual Politics in Ancient Athens, University of California Press, Berkeley, 1993.
  • Claude Mossé, La Femme dans la Grèce antique, Complexe, 1991 (1ª edición 1983).
  • (en inglés) Sarah B. Pomeroy, Goddesses, Whores, Wives, and Slaves: Women in Classical Antiquity, Schocken, 1995.
  • (en alemán) K. Schneider, « Hetairai », in Paulys Real-Encyclopädie der classichen Altertumwissenschaft, cols. 1331-1372, 8.2, éd. Georg Wissowa, Stuttgart, 1913.
  • Violaine Vanoyeke, La Prostitution en Grèce et à Rome, Les Belles Lettres, coll. « Realia », Paris, 1990.


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