Reforma gregoriana
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La reforma gregoriana hace derivar erróneamente su nombre del Papa Gregorio VII (1073-1085), ya que él atribuía la autoría de esta reforma al Papa San Gregorio I Magno. Comenzó a ser puesta en práctica algunos años antes, aún bajo el pontificado del Papa León IX (1049-1054), durante el cual el futuro Gregorio VII (entonces solo diácono Hildebrando de Toscana) se hizo una de las más reputadas figuras del Papado, ya ensayando la adhesión a la reforma.
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[editar] Situación de la Iglesia en el cambio de milenio
La época de plenitud del orden feudal constituyó un periodo de grandes contrastes. La sociedad, básicamente rural, se ve sometida a los abusos de los señores feudales. Esta situación dio lugar a un gran movimiento reformista dentro de la Iglesia. Primero, los papas germánicos del siglo X y luego los renovadores, desde Nicolás II a Gregorio VII, lucharon encarnecidamente por eliminar los grandes vicios que sufría la sociedad cristiana, entre los que destacaban: la simonía –compra-venta de oficios y dominios eclesiásticos–, el nicolaísmo o poca ejemplaridad del clero –que a menudo no guardaba el celibato– y la investidura laica –provisión de cargos eclesiásticos por parte de los poderes seculares–. Todos estos males tenían un origen común: el olvido del fin sobrenatural de la Iglesia y el afán de ambicionar más bienes temporales.
[editar] Los objetivos de la Reforma
Los objetivos de la Reforma eran muy amplios. Ante todo, aspiraba a la instauración en la sociedad de una vida conforme al Evangelio. Para ello no era suficiente la restauración de las estructuras eclesiásticas o la elevación moral del clero, sino que exigía una profunda renovación espiritual de toda la Iglesia, desde su Cabeza (el Papa) hasta el último de sus miembros.
El primero de los papas reformistas fue Nicolás II, que reunió en 1059 el I concilio ecuménico de Letrán, en el que se establece la elección pontificia por el Colegio de cardenales, sin intervención política externa. Pero es en 1075 cuando el papa Gregorio VII da cuerpo a los ideales del movimiento reformista en un documento llamado Dictatus Papae, en el que afirma la superioridad espiritual del Papa sobre toda la cristiandad y pone en marcha todas las medidas necesarias para acabar con los males de la Iglesia.
[editar] Moralización y regreso a los orígenes del cristianismo
Así, se trató, con un amplio conjunto de reformas, de hacer regresar la Iglesia a los tiempos primitivos de Cristo, de los Apóstoles y de sus sucesores inmediatos, por un lado, y por otro, propensa a la afirmación del poder papal frente al poder feudal (que había casi privatizado la Iglesia); por la connotación de «retorno a los orígenes» y enfrentamiento del poder temporal, la reforma gregoriana es vista hoy como la primera gran revolución europea. La reforma fue continuada y consolidada por los eclesiásticos de la Abadía de Cluny.
Abolir las prácticas de simoniacas y nicolaítas, así como de intervención del poder temporal en asuntos eclesiásticos, implicaba reformar la Iglesia y conferir al Papa el sumo poder en Europa; gracias a los Dictatus Papae, se iba a lograr el ejercicio de la auctoritas y la potestas pontificia como Jefe Supremo y absoluto de la Iglesia y, por tanto, de la Cristiandad.
[editar] Relaciones entre el poder temporal y espiritual: las «Dos Espadas»
La reforma gregoriana es considerada un marco en el inicio de la teocracia pontificia, considerándose que el Papa tenía la suprema autoridad sobre todos los cristianos y que nadie, excepto Dios, podía juzgarlo; se afirmaba también que la Iglesia no cometía errores en formulaciones dogmáticas y morales, casi un preludio de la Infalibilidad Pontificia declarada por el Concilio Vaticano I.
Partiendo jurídicamente de la donación de Constantino (probablemente forjada a mediados del siglo VIII, en tiempos de la coronación de Pipino el Breve), el Papa afirmó su derecho a ejercer sus prerrogativas espirituales, pero que eran superiores a cualquier auctoritas temporal, en toda la Cristandad, es decir, en toda Europa, por lo que pasaba también a tener autoridad sobre el emperador, confirmándolo o pudiendo deponerlo si no se comportaba como buen princípe cristiano. De todas formas, las sospechas de falsificación de ese documento ya eran conocidas por Gregorio VII y este intentó no utilizar esta donación como base de las reformas políticas derivadas de la reforma eclesial, por lo que en esta época se desarrolla la teoría de las «Dos Espadas», según la cual el Papa ostentaría auténtica y plena auctoritas espiritual y potestas sobre la Iglesia, y el emperador, equivalente poder en el plano temporal, siendo, metafísicamente y de iure, superior la auctoritas espiritual a la temporal.
[editar] Unificación litúrgica
Uno de los grandes logros de los papas reformistas fue la generalización en toda la cristiandad del rito romano con el fin de unificar la liturgia romano-latina en toda la cristiandad. En esta época el canto gregoriano –máxima expresión de la música cristiana medieval– llega a su madurez y sus melodías son divulgadas por toda Europa.
[editar] La reforma monástica
El sistema feudal afectó a los monasterios. Los grandes señores ambicionaban convertirlos en sus señoríos y se adueñaban de ellos, nombrándose abades o protectores. La secularización monástica fue tan extensa que, a principios del siglo X, resultaba difícil encontrar en Occidente monjes que llevasen todavía una verdadera vida religiosa.
La reforma monástica comienza en septiembre del año 909, cuando el duque Guillermo IV de Aquitania, llamado el Piadoso, concedió al abad Bernón los territorios de Cluny para fundar un monasterio benedictino, donde el abad fuera libremente elegido por los monjes y el convento fuese inmune a toda autoridad laica y del obispo diocesano. Dependería así directamente del Romano Pontífice. El éxito de Cluny movió a otros monasterios a solicitar su inclusión en la reforma, para ser sometidos a la autoridad de la abadía de Cluny. Así se constituyó la orden cluniacense, que se extendió por todo el Occidente y llegó a contar a partir del cambio de milenio con cerca de 1.200 monasterios.
Ya en el siglo XI, san Bruno fundó una orden religiosa, llamada Cartuja (1084), una síntesis entre la vida solitaria y la monástica. La reforma llega a su cima con la gran creación del siglo XII, la orden del Císter, fundada por san Roberto de Molesme en el año 1098 con la apertura del monasterio de Citaux. San Bernardo de Claraval, la figura clave del siglo, fue quien le dio su gran impulso al fundar el monasterio de Claraval en el año 1115. La santidad de estos fundadores y de sus monjes traería consigo una profunda renovación espiritual de toda la Iglesia.
[editar] Influencia sobre el Gran Cisma
La reforma, por otra parte, vino también a acelerar los problemas preexistentes con la Iglesia Ortodoxa de Constantinopla. La no aceptación de la primacía romana por el Patriarca de Constantinopla, los enfrentamientos jurisdiccionales (cuestión de los búlgaros) y las diferencias teológicas (filioque, querella iconoclasta) llevó al anatema y excomunión mutua de ambas Iglesias en 1054 (Cisma de Oriente y Occidente), solo cinco años transcurridos desde el inicio de la reforma.
[editar] Reforzamiento de la auctoritas pontificia
Si en el Oriente la Reforma influyó en la separación definitiva entre católicos y ortodoxos, en el Occidente esta situación fue la mecha de la célebre «Querella de las Investiduras», que opuso al Papa y al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por la lucha de ambos por el supremo poder político de Europa (quién tenía poder sobre quién), así como por el derecho de la investidura de los obispos en sus diócesis.
Según la teoría política de la época, dos supremas autoridades –denominadas las «dos espadas»– dirigen la sociedad medieval en estos siglos: el Papa, como titular del poder espiritual, y el emperador, al frente del poder temporal. El Papa coronaba al emperador germánico designado por los príncipes electores y este, a su vez, controlaba el buen orden de la elección pontificia. Sin embargo, surgió la discordia cuando, en la práctica, el poder temporal y el espiritual pretendieron para sí la primacía efectiva en la cristiandad de manera excluyente.
Esta situación mejora a favor del papa ya que durante esta época aparecen las grandes monarquías europeas, todas ellas con relaciones dificultosas con el emperador germánico: en Francia, Hugo Capeto y su hijo Roberto el Piadoso; en Inglaterra, la monarquía normanda de los herederos de Guillermo I el Conquistador; en España, los reinados de Sancho III el Mayor en Navarra, Fernando I y Alfonso VI en Castilla y la creación de los reinos de Aragón con Ramiro I y de Portugal con Alfonso Enríquez; en Europa central, los reinos de Hungría, con los herederos de san Esteban, y de Polonia. Gran parte de estos reyes, para desligarse, bien de la autoridad imperial (Hungría, Bohemia, Polonia, Francia), bien de otros reyes (Aragón, de Navarra; Portugal, de Castilla), se declaran vasallos del Papa, y son quienes promueven las reformas en sus respectivos reinos.
[editar] Los cuatro concilios y la autonomía del poder temporal
Tras los tiempos de la Reforma gregoriana, la lucha entre el poder temporal y el poder espiritual se extiente durante cerca de dos siglos, que concluye eventualmente con la victoria del emperador y los reyes frente al Papa en el plano temporal, con sucesivas deposiciones y excomuniones: desde el emperador Enrique IV (que pidió perdón al Papa en Canossa, de tal forma que la expresión «ir la Canossa» se hizo proverbial) y del Concordato de Worms, Federico II, pasando inclusive por el rey portugués Sancho II; finalmente, hasta el asesinato del Arzobispo de Canterbury, Thomas Becket, en Inglaterra, son una consecuencia de las tentativas de imponer la reforma. La querella de las investiduras deriva, así, en la lucha de la Iglesia por lograr su plena autonomía de los poderes temporales. De esta lucha, resultaría la separación, en el mundo occidental, entre el poder espiritual y el poder político, delineándose así claramente las atribuciones de cada uno.
Los cuatro concilios de Letrán (realizados a lo largo de todo el siglo XII e inicios del XIII: (Letrán I (1123); Letrán II (1139); Letrán III (1179) y Letrán IV (1215), así como el Primer Concilio de Lyon (1245) fueron el culminar de todo este proceso reorganizativo de la Iglesia Católica en la Edad Media.