Celebración del Corpus Christi en Cusco
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La festividad del Corpus Christi, es una fiesta de las tantas que enriquecen el folclor cusqueño a lo largo del año. A mediados del siglo XVII un poeta de la colonia pronunció maravillado frente a la magnificiencia de la plaza de la Catedral del Cusco en la procesión del Corpus Christi unos versos que expresaban su admiración, dicen así:
"(...) tanto veo / que se ahíta el deseo, pues el oro / perlas, plata y tesoro que esparcido / cokumbro y repartido en la ancha plaza / me ofusca, turba, embaraza (...)"
Sin forzar mucho la imaginación, nosotros a inicios del siglo XXI podemos transmitir, quizá con menos talento literario, la misma sensación que provocó en el poeta el color festivo del Ande y la santidad cristiana del Señor, en una ceremonia instaurada por el virrey Francisco de Toledo (1569-1581) en 1572, que gobernó el Perú durante el reinado de Felipe II (1556-1591) de la Casa de Austria.
Desde entonces, en todo el país se celebra esta fiesta sacramental del cuerpo y la sangre de Cristo, pero en ningún lugar como en el Cusco se siente una fuerza de contrastes tan notoria, aderezada por la majestuosidad intrínseca de la Ciudad Imperial. Y es que la celebración cristiana por antonomasia cobra allí carácter popular, y en ese tráfago de gente y costumbres, la mística, la música autóctona y la reciprocidad andina se funden en una sola masa de vida y trascendencia espiritual.
Muchas veces nos hemos preguntado cómo habría sido la celebración cusqueña en tiempos del virreinato, y sin duda podemos concordar en que fueron fiestas de mayor ensimismamiento religioso. Una forma visual de conocer algo de ese trance ritual es mediante una pintura anónima de la época en que, como una antesala de toda la ceremonia, se muestra una gran plataforma que a manera de escenario constituye la base del altar, sobre ella Cristo y los apóstoles, figuras vestidas al tamaño natural, que solían tener ojos de vidrio y cabellos verdaderos, protagonizan el pasaje evangélico de la Última Cena.
Dicen muchos autores que esta "puesta en escena" tenía un propósito didáctico: explicar, sencilla y directamente el motivo central del Corpus Christi: la Eucaristía entendida como presencia divina viva y actual.
Como una preparación que se anticipa al Inti Raymi (que se celebra el 24 de junio), la referida ceremonia cristiana tiene en el Cusco una fuerte marca de síntesis cultural de lo hispano y lo andino, en un mestizaje típico de la región sureña del Perú.
Por eso se trata precisamente de una fiesta religiosa que involucra al colectivo, sin discriminaciones, pues se realiza el sexagésimo jueves posterior al domingo de Pascua de Resurrección, cuando se conmemora la institución de la Eucaristía en la Última Cena. El día central se festeja alrededor del 3 de junio.
En la Ciudad Imperial los feligreses se reúnen desde la víspera llevando las imágenes de sus principales patronos a la Basílica Catedral, en donde los ubican en las naves laterales. Allí, uno frente al otro, los santos esperan el día siguiente para acompañar en procesión las andas centrales que llevarán al taita Jesúscristo.
Pero mientras las efigies descansan, el pueblo no lo hace en absoluto. En el atrio de la Catedral, la muchedumbre de creyentes vive intensamente la reunión de sus santos patronos con abundante bebida, cerveza, chicha o el fuerte cañazo, y la imponderable quema de castillos.
A esto se suma la competición de bandas de cada barrio, las cuales tocan sus propios huaynos a contrapunto de las otras, viviendo su tradicional fiesta. En la plazoleta de Santa Teresa y la calle Plateros, la venta de platos típicos aumenta, como la del chiriuchu. Es la "preparación" antes de que se lleve adelante la esperada procesión.
Luego de la misa en la entrada de la Catedral a cargo del arzobispo, algunos creyentes prefieren quedarse adentro rezándole a sus santos patrones, se da inicio a la marcha. Al mediodía sale el Corpus Christi en carroza de plata. Detrás de ella, en fila ordenada, le acompañan las otras imágenes religiosas en su paseo lento por toda la plaza. El contraste es notorio entre la algarabía de la noche y la madrugada, y la contrición de la mañana, en donde cunde las estoicas melodías del rito cristiano.
Ya por la tarde, alrededor de las cuatro, todas las representaciones e incluso el Cristo vuelven a sus parroquias. La ceremonia impresiona, pues entre otros elementos religiosos que adornan al Señor, destaca la Custodia de la Catedral: una pieza de oro y plata en la que se exhibe la hostia consagrada. El pelícano de la Custodia simboliza el amor de Jesús por los hombres, ya que el ave brinda a sus crías la sangre de su propio corazón. Y la fiesta se renueva. El Corpus Christi ya reposa en su altar, ya no conmueve las calles, pero sí lo hacen las acrobacias de los danzantes de tijeras y el entusiasmo de los grupos folclóricos; casi al mismo tiempo, los niños salen con atuendos de autoridades religiosas y los temidos ukukus (hombres enmascarados) pelean entre sí a latigazos, sin temor, seguros, muy seguros de que el Señor los acogerá igual que a cualquier creyente: sanos y limpios de corazón.
[editar] Fuentes
- Atlas departamental del Perú, varios autores, Ediciones Peisa S.A., Lima, Perú, 2003 ISBN 9972-40-257-6
- El Perú en los tiempos modernos, Julio R. Villanueva Sotomayor, Ediciones e Impresiones Quebecor World Perú S.A., Lima , Perú, 2002.
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre Grohmann, Diario "El Comercio", Lima, Perú, 2005. ISBN 9972-205-62-2.
- Nuevo Atlas del Perú y el Mundo, Juan Augusto Benavides Estrada, Editorial Escuela Nueva S.A., Lima, Perú, 1991.